Yo siempre he elogiado la tortilla de patata, pero no sabía
que era un tesoro nutricional hasta leer a Iván
Carabaño Aguado, jefe de Pediatría del Hospital General de
Collado-Villalba. Me entero de que ha recibido numerosos premios literarios,
nacionales e internacionales, entre los que destaca la medalla literaria de la Cías Club UNESCO como
representante de la
Unión Europea por la traducción al italiano de su poemario “Razones
para no acostumbrarse” (1993). Es autor de los ensayos “Nanas
ortodoxas, nanas peculiares”, “La muerte de Charlot: temas, personajes
y expresiones en las canciones infantiles clásicas españolas” y “Llorar
es sonreír despacio: el impacto en las viñetas de El Roto”. Su obra
poética está recogida en los libros “Mis peces vivos”, “La
historia inventada de Luis Alegría”, “Si Chet Baker te viera” y “Pájaro
que sufre por el ala derecha”, etc. Es el creador del género literario
denominado “bloguela”, con su libro “Las alas de Ícaro”, y es autor
del libro de microrrelatos “Las enfermedades imaginarias”. Sus diarios
del 2009 están recogidos bajo el título “Esperando a Alberto”. He ahí
su poema “Propaganda”:
Te ofrecen un papel lleno de letras,
te lo dan y no preguntas,
extiendes la mano y la sonrisa
como una vendedora amable,
como los monaguillos de la iglesia,
lo metes en el bolso o en el cuerpo,
lo acoges, lo guardas y lo olvidas,
y vuelves la cabeza
para mirar el río,
para llegar de pronto a la fachada,
para dar con la tienda o con la esquina
del siguiente misterio.
te lo dan y no preguntas,
extiendes la mano y la sonrisa
como una vendedora amable,
como los monaguillos de la iglesia,
lo metes en el bolso o en el cuerpo,
lo acoges, lo guardas y lo olvidas,
y vuelves la cabeza
para mirar el río,
para llegar de pronto a la fachada,
para dar con la tienda o con la esquina
del siguiente misterio.
Pero yo lo que quería hoy es conocer de primera mano las
virtudes de la tortilla de patata, tal como las describe el doctor Iván
Carabaño:
“Pensemos en sus elementos esenciales: huevo, patata y aceite, sobre los
cuales se puede introducir toda suerte de modificaciones. La tortilla de patata
aporta entre 85 y 150 kcal por cada 100 gramos, dependiendo de su modo de
preparación. Se trata de un plato muy completo, pues la patata aporta hidratos
de carbono de absorción lenta, que son los que más nos interesan a los
divulgadores de la salud; el huevo, proteínas de alto valor biológico
(esenciales para el cuerpo) y fosfolípidos (un nutriente de nuestro cerebro); el
aceite de oliva, aporta un perfil lipídico muy ventajoso: ácidos grasos
monoinsaturados, que contribuyen a reducir el colesterol en sangre. ¿Cuál es el acompañante ideal de la
tortilla de patata? Tiremos de un clásico: el pan, bien en forma de “pincho”
(se le llama así porque lo suyo es que se ofrezca un tenedor pinchado sobre la
ración de tortilla) o en forma de “bocadillo”. El pan aporta fibra y
minerales. La fibra contribuirá a que el aceite de la tortilla se absorba más
lentamente, y por tanto el cuerpo tendrá más tiempo para que el metabolismo se
adapte”.
Con todos esos razonamientos me he quedado patidifuso. Hay que tomar
tortilla de patata (para mí con cebolla de Fuentes de Ebro, patatas monalisa y aceite de oliva La
Española), ese gran invento español conseguido, según
unos, por las tropas de Tomás Zumalacárregui; según otros, por el
cocinero belga Lancelot de Casteau, que publicó esa receta
en 1604; y según Javier López Linaje (y así lo plasmó en su
libro “La patata en España. Historia y
Agroecología del Tubérculo Andino”) por Joseph de Tena Godoy y el marqués de
Robledo, que sitúa el origen de esa
exquisitez culinaria en la localidad extremeña de Villanueva de la Serena en el siglo
XVIII. No fue el “milagro de los panes y los peces” indicado en los Evangelios, pero
sí es cierto que su inventor, el que fuera, logró que con tres huevos llenaran
la andorga cinco personas. No está mal. Como Iván Carabaño no dice nada acerca
de echar al coleto un trago de vino, propongo un Muga tinto reserva 2008,
con uva tempranillo, garnacha, mazuelo y graciano. Es, quiero pensar, la
versión moderna de aquel “fercobre
fólico” que nos daban de niños nuestros padres en cucharadas en comida y
cena para disipar el espectro de la astenia, o sea, aquella flojera que nos
causaba tener que saber de carrerilla el catecismo del padre Astete, traducir del latín "Vidas paralelas" de Plutarco y conocer de memoria la Doctrina del Movimiento.
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