Antidio Fagúndez no es el nombre científico
de un gusarapo verde turquí que circula por las alcantarillas de Londres, sino
el nombre y apellido del concejal de Seguridad Ciudadana de Zamora. Y don
Antidio anda muy preocupado por el botellón que cada noche de Jueves Santo se
apodera de las calles de la
Ciudad de doña Urraca sin previo aviso y campando por sus
respetos. Don Antidio, tras una reunión con los hosteleros
zamoranos, con asociaciones de vecinos y con representantes de la Junta pro Semana Santa,
ha centrado las críticas de todos los representantes a la reunión y ha
lamentado la ausencia a esa reunión de representantes de la Junta y la Subdelegación, que
estaban invitados, porque como dice: “esto no se puede solucionar unilateralmente.
Nos gustaría decir que este año no se va a celebrar pero hoy por hoy es
imposible, cada año viene más gente”.O sea, cada año asiste más gentío desde
otras ciudades y pueblos a Zamora para contemplar in situ las procesiones de Semana Santa. Se supone que la
hostelería zamorana sacará buenos réditos por el consumo turístico, cosa que me
alegra. Pero parece que no es así del todo. “Los vecinos y hosteleros –tal como cuenta la
noticia El Correo de Zamora- abogan
por eliminar una actividad nociva para la ciudad y para los negocios”. Pero el
Ayuntamiento, que preside un señor de Izquierda Unida que se llama Francisco Guarido, y que no tuvo
empacho en gastarse casi 2.000 euros procedentes de una partida de protocolo
para tapizar de rojo un sofá y dos sillones existentes en la planta noble del
Consistorio, ya ha adelantado que “parar o prohibir el botellón la noche del
Jueves Santo es una tarea imposible por el alto número de jóvenes que se
moviliza”. Los hosteleros se quejarían menos, supongo, si esos jóvenes llenasen
las barras de los bares. A los vecinos no les queda otra que aguantar las
molestias que suelen producirse. Sólo hay una solución: aumentar el número de
cofradías, que encapuchen a los jovenzuelos, los integren y los conduzcan al
redil procesional detrás de Barandales
(cada cofradía tiene su propio Barandales), ese personaje que suele vestir un
gran camisón y agita con las manos dos
pesados esquilones. No se me ocurre cosa mejor.
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