La picaresca de los españoles no tiene parangón. Me entero
de que el pasado mes de febrero un camión chocó contra un radar, esos
armatostes grises que están colocados en la carretera para recaudar y que están
valorados en más de 5.000 euros, cerca de Gijón. Y como en la canción “El cuarto de Tula”, allá fueron los
bomberos con sus campanas y sus sirenas y un rabo de policías para hacer soplar
y empapelar al conductor de ese barrio de la Cachimba donde se formó la
corredera; ay, mamá, qué pasó… Pues paso que el cuarto de Tula, le cogió candela, se quedó dormida y no apagó la vela. Ey Marcos, coge pronto el cubito y no te
quedé allá fuera. Llénalo de agua y ven a apagar el cuarto de Tula que ha
cogido candela… Y el conductor, precaución amigo conductor, tu enemigo es la
velocidad, acuérdate de tus niños que te dicen con cariño: “no corras mucho,
papá”. El conductor, digo, una vez que descubrió que el aparato de radar estaba
hecho unos zorros, se rascó la barbilla y se marchó con la multa en el
bolsillo. Esperó tomando unas cervezas “Estrella
de Galicia” a la caída de la noche en la barra del bar. Entonces, cuando la
noche morada echaba su velo sobre los páramos de Tremañes y sobre la avenida de
la Juvería
regresó sigiloso al punto del accidente, los asesinos de radares siempre vuelven
al lugar de crimen, recogió el aparato, que pesaba como un muerto de película
de Alfred Hitchcock, lo echó a la caja del
camión y esperó a que se hiciera de día y abriera las puertas la chatarrería,
ese templo de dos desheredados. Pesó el muerto, es decir, el armario-radar en
la báscula, y se adentró en la campa, cerca de la empacadora, basculó, taró el
camión en vacío, lo aparcó y pasó a las oficinas para que abonasen su peso en
reales de vellón. Y a otra cosa, mariposa. “De alguna manera –supongo que
pensaría el camionero- hay que pagar la multa”. Lo peor llegó luego, cuando la Brigada de Policía
Judicial, que son palabras mayores, encontró abatida y desguazada a la caja recaudatoria junto a
las carcasas de unas lavadoras, unos chasis oxidados y unos rótulos de chapa obsoletos y retorcidos que anunciaban
“Beber es preciso…Agua San Narciso”. La investigación sigue abierta para determinar
si el principal sospechoso había cargado el armatoste solo o en compañía de
otros, como si aquello fuese el crimen de los Urquijo. Joder, ¡vaya paquete
que le va a caer al coleguilla! Voy a matar un capricho, que tengo en el
corazón/ voy a coger un jalao con tremendo vacilón. / Búscame una cuchara, una
botella y un cajón/ a formar un parrandón / y así matar el capricho que tengo
en el corazón, o sea.
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