jueves, 31 de marzo de 2016

Búscame una cuchara, una botella y un cajón...





La picaresca de los españoles no tiene parangón. Me entero de que el pasado mes de febrero un camión chocó contra un radar, esos armatostes grises que están colocados en la carretera para recaudar y que están valorados en más de 5.000 euros, cerca de Gijón. Y como en la canción “El cuarto de Tula”, allá fueron los bomberos con sus campanas y sus sirenas y un rabo de policías para hacer soplar y empapelar al conductor de ese barrio de la Cachimba donde se formó la corredera; ay, mamá, qué pasó… Pues paso que el cuarto de Tula, le cogió candela, se quedó dormida y no apagó la vela. Ey Marcos, coge pronto el cubito y no te quedé allá fuera. Llénalo de agua y ven a apagar el cuarto de Tula que ha cogido candela… Y el conductor, precaución amigo conductor, tu enemigo es la velocidad, acuérdate de tus niños que te dicen con cariño: “no corras mucho, papá”. El conductor, digo, una vez que descubrió que el aparato de radar estaba hecho unos zorros, se rascó la barbilla y se marchó con la multa en el bolsillo. Esperó tomando unas cervezas “Estrella de Galicia” a la caída de la noche en la barra del bar. Entonces, cuando la noche morada echaba su velo sobre los páramos de Tremañes y sobre la avenida de la Juvería regresó sigiloso al punto del accidente, los asesinos de radares siempre vuelven al lugar de crimen, recogió el aparato, que pesaba como un muerto de película de Alfred Hitchcock, lo echó a la caja del camión y esperó a que se hiciera de día y abriera las puertas la chatarrería, ese templo de dos desheredados. Pesó el muerto, es decir, el armario-radar en la báscula, y se adentró en la campa, cerca de la empacadora, basculó, taró el camión en vacío, lo aparcó y pasó a las oficinas para que abonasen su peso en reales de vellón. Y a otra cosa, mariposa. “De alguna manera –supongo que pensaría el camionero- hay que pagar la multa”. Lo peor llegó luego, cuando la Brigada de Policía Judicial, que son palabras mayores, encontró abatida y desguazada a la caja recaudatoria junto a las carcasas de unas lavadoras, unos chasis oxidados y unos rótulos de chapa obsoletos y retorcidos que anunciaban “Beber es preciso…Agua San Narciso”.  La investigación sigue abierta para determinar si el principal sospechoso había cargado el armatoste solo o en compañía de otros, como si aquello fuese el crimen de los Urquijo. Joder, ¡vaya paquete  que le va a caer al coleguilla! Voy a matar un capricho, que tengo en el corazón/ voy a coger un jalao con tremendo vacilón. / Búscame una cuchara, una botella y un cajón/ a formar un parrandón / y así matar el capricho que tengo en el corazón, o sea.

No hay comentarios: