En su columna de hoy en El
Mundo Antonio Lucas señala el “campanazo” de Eduardo Mendoza en el VI Congreso de la Lengua celebrado en San
Juan de Puerto Rico, cuando dijo ese autor: “Me da igual que la gente no lea”,
en referencia a que la mayoría de los libros que se publican “son una birria”.
“Quienes más publican -afirma Lucas-
casi siempre son los que no tienen nada que contar”. (…) “Sé de algunos que han
escrito más libros de los que han leído. Y han escrito dos o tres”.
Personalmente conozco a varios de ellos. Forman parte, incluso, de la Asociación Aragonesa de Escritores” y presumen de tener
impresos más de veinte libros, casi todos de poemas trasnochados que nadie ha
leído y que nadie leerá nunca. E incluso hasta escriben una columna semanal en
algún diario de provincias mas huecos que un nido vacío. No cobran esas
columnas, naturalmente, pero se sienten “útiles” en el medio que los acoge. Y
los recortan y los colocan pegados a un folio y los archivan en una carpeta de
gusanillo y los miran y remiran una y otra vez como si se tratase de una
colección de sellos… Saben los directores de esos medios de papel que tales
columnistas jamás darán “problemas” con sus opiniones, al carecer de ellas.
Evocan tiempos de su adolescencia perdida, doran la píldora de próceres a los
que nunca llegaron a conocer, o ilustran con la ayuda de la pluma o de la vieja máquina de escribir un paisaje otoñal donde un rebaño
de ovejas pone la nota de color. No se mojan ni en la ducha. Lucas añade que
“hay demasiada nadería impresa, ejemplares
sin porqué ni condición”. Pero hay que leer porque, como así lo entiende
Lucas, “leer cura de morirse los domingos por la tarde”. Lo que pasa es que con
los años nos volvemos más selectivos, sabedores, tal vez, de que nuestro tiempo
se apura.
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