Me entero de que una ordenanza del Ayuntamiento de Zaragoza,
que preside Pedro Santisteve,
impedirá que las charangas de fin de semana inunden las calles con motivos
diversos, entre ellos los de despedidas de solteros y de solteras. Parece ser
que había quejas vecinales que han tenido en cuenta a la hora de adoptar esa
solución; es decir, que como señala el concejal de Servicios Públicos, Alberto Cubero, “no se ajustaba su
filosofía a los parámetros de la nueva normativa”. Parámetros…, filosofía…,
pero qué dice ese sansirolé? Eso sí, dicen que se crearán 40 puntos fijos donde
las charangas puedan desarrollar su actividad. Lo que no sabemos todavía es
dónde. Esperemos que no sea en Los Monegros. En ese sentido, puedo manifestar y
manifiesto que a mí me molestan y saturan mi paciencia los ensayos con tambores, bombos y carracas
que desde principios de enero hasta el fin de la Cuaresma dan la murga los
cofrades con ensayos diarios en parques y espacios públicos. Digo más, a mí me incomodan
los traslados de pasos penitenciales durante todos los días que dura la Semana Santa por las calles de
Zaragoza. Eso sí que es molestia hasta la grosería y no el hecho de poder
escuchar un popurrí de música charanguera, o eso de “la negra Dominga López /
es una puertorriqueña/ que tiene afición al mango / desde pequeña. / Ay, mete,
mete / ay, saca, saca/ esa cosita que sube, que sube/ que baja, que baja”. Lo
que sucede es que con la Iglesia Católica
nadie se atreve, incluidos los ediles de Zaragoza en Común, que parecía que
iban a romper moldes trasnochados. Pues miren lo que también les digo: prefiero
la bulla charanguera, que siempre es sinónimo de regocijo desbordante, a ese
falso fervorín donde muchos ciudadanos hipócritas, que nunca pisan un templo (salvo
en funerales, donde acuden por compromiso, o en eventos de bodas, bautizos y
comuniones, donde asisten como condición sine
qua non al posterior banquete) y que aprovechan la Semana de Pasión para
ejercer de figurantes de una farsa tragicómica donde se sienten protagonistas
de no sabemos qué. Si tan cristianos se sienten esos tramoyistas, tocados de
terceroles, capirotes y negras capuchas y rompiéndose los nidillos contra la badana de
los timbales, que donen dinero a ACNUR para los pobres refugiados sirios a los
que la Unión Europea
cierra el espacio Schengen como si
tuviesen la lepra. Hoy, precisamente hoy, hace cinco años que comenzó una
guerra que no parece tener fin. Y ya va siendo hora de llamar a las cosas por
su nombre. Leo en La Vanguardia: “Desde
el inicio de la guerra, la UE
asiste impertérrita a las peticiones desesperadas de ayuda, los bombardeos y la
muerte omnipresente, el hacinamiento en los campos de refugiados y los
naufragios diarios. Y al desafío de Hungría, la impotencia de Grecia, los gases
lacrimógenos de Macedonia y las alambradas y las dudas del resto de socios.
Cinco años ya y los únicos consensos de las instituciones europeas parecen ser
la puesta en tela de juicio del espacio Schengen y los intentos para que
Turquía sea otro telón de acero”. Y mientras esas cosas acontecen, a unos
cuantos zaragozanos de arnés y escapulario les molesta el sonido charanguero.
Ay, ustedes perdonen, no he tenido en cuenta que los españoles somos la reserva
espiritual de Occidente. Les estaba equiparando al perro del hortelano. ¡Seré
bobo…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario