martes, 8 de marzo de 2016

Evitar la oscura tubería del tiempo





Está bien que se hable de la Ley de la Memoria Histórica e incluso de la Transición. Ya ha pasado mucho tiempo de todas esas cosas y deberíamos empezar a hablar de otras cosas más pragmáticas. Por ejemplo: ¿Qué España queremos? Señala Fernando Savater  en EL País que “aquella transición trajo democracia donde había dictadura, voces plurales en vez de voces de mando, información libre de coacciones, un relato histórico que señalase a quienes fueron enemigos de su propio pueblo y reivindicase a los que se les opusieron”. Ahora, a mi entender, sería tiempo de desclasificar documentos hasta ahora secretos y poder saber de una maldita vez quiénes formaron parte de la trama civil el malhadado 23-F. Nombres y apellidos. No para censurarles, que ya de nada sirve, sino para saber con qué trileros nos hemos estado jugando los cuartos todos estos años. En este país nadie se pone de acuerdo para formar Gobierno.  Dicen que no salen las cuentas. En su “canela fina”, Anson cuenta en El Mundo que “en el parlamentarismo no gana, salvo mayoría absoluta, el que tiene más votos sino el que dispone de mayor capacidad para sumar voluntades”. (…) “Mariano Rajoy vive en la más absoluta soledad política. Su equipaje de aciertos económicos es formidable. Su capacidad dialéctica, robustecida por la descarga de la ironía, permanece intacta. Lo demostró, de forma brillante, en los debates de investidura. Pero solo cuenta con sus 122 diputados que, piensen lo que piensen, digan lo que digan en privado, permanecen dóciles corderos al cayado del pastor, no vaya a ser que cualquier declaración les excluya del redil. Parece improbable, en todo caso, que Rajoy en las ocho semanas próximas sea capaz de articular una mayoría parlamentaria. Por mucho que lo reitere, no venció en las elecciones del 20 de diciembre”. A mi entender, aquí se impone un pacto de Estado. Pero no un pacto al estilo de aquellos Pactos de la Moncloa, sino un pacto al estilo del Pacto de San Sebastián, como el que tuvo lugar en el Hotel de Londres e Inglaterra de Donostia el 17 de agosto de 1930 adaptado, eso sí, a los tiempos actuales. Aquel año, con la aceptación por parte de Alfonso XIII de la dimisión de Miguel Primo de Rivera y el nombramiento de Dámaso Berenguer se pensaba que de esa manera se retornaba a la “normalidad constitucional”, o sea, a la Constitución de 1876. Era “una hora de las definiciones”, como había dicho Indalecio Prieto en el Ateneo de Madrid meses antes; es decir, el 25 de abril de aquel año. Pues bien, a mi entender, en estos momentos también es la hora de las definiciones. Si hay que hacer unas nuevas Cortes Constituyentes, que se hagan. Si hay que cambiar la forma de Estado, que se haga. Lo que no se debe hacer es una coalición de PP, PSOE y Ciudadanos, como pretenden algunas “lumbreras” y el propio Rajoy, en un intento de formar un Gobierno presidido por él, si no queremos regresar por la oscura tubería del tiempo a febrero de 1936, cuando se nombró presidente del Consejo de Ministros al almirante Juan Bautista Aznar, en cuyo gobierno entraron viejos líderes de los partidos liberal y conservador, como Romanones, Manuel García Prieto, Gabriel Maura Gamazo, (hijo de Antonio Maura), y Gabino Bugallal. Sería más de lo mismo y de resultados imprevisibles. Ahora crece la inquietud por la deriva que están tomando los acontecimientos. Según el “barómetro” del CIS, hay preocupación por la corrupción política, por el paro, por la desmemoria de Cristiana de Borbón en los Juzgados de Palma, por una situación económica que no despega, por el aumento de la pobreza, por los intentos de secesión en Cataluña, por el auge de la inseguridad ciudadana en Madrid, donde existen barrios, como Tetuán, donde es difícil transitar seguro, etc. Algo habrá que hacer. Los ciudadanos nos crecemos ante la dificultad, pero los gobernantes no están a la altura de los acontecimientos. Y eso es lo preocupante.

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