En las páginas 143/144 del libro de Juan Altamiras, “Nuevo arte de cocina, sacado de la escuela
de la experiencia económica, Barcelona, en la Imprenta de don Juan de
Bezáres, dirigida por Ramón Martí, Impresor. Año de 1758. Aprobación del
licenciado D. Pascual Sanchez (sic), Presbytero (sic). Capítulo IV. “De todo
género de yervas (sic)”, encuentro una receta referida al caldo de
borrajas, esa planta tan aragonesa. A mi entender, el libro, en su conjunto, es un documento histórico,
sociológico y lingüístico de enorme valor. Dice textualmente:
“Tomarás aceyte bueno, freirás cebolla menuda, y quando esté frita,
quitala con una espumadera, y echa el aceyte en el caldo, con que cociste las
Borrajas, machaca una salsa de avellanas tostadas, y echarás tambien un tostón
de pan remojado, bien exprimido, con todas especies, como son, pimienta,
azafran, [en la página 144 vuelve a
poner frán, ahora con acento] clavillo canela [sin coma que los
separe], y un grano de ajo; desatalo
todo con el mismo caldo, que cueza un poco; sazonalo, por si le falta sal,
sacalo del fuego; desatarás huevos correspondientes, con un poco de vinagre, y
los echarás, quando esté tibio, porque no se coagulen los huevos, y lo pondrás
á sudar, este es un caldo suave, y bueno, y tanto, que algunos dudarán si es de
carne; pero mas vale el collar, que el perro, y no llevará perro quien tome
este caldo de borrajas”.
Por todos es sabido que la expresión “quedar en agua de borrajas” hace referencia a esperanzas
frustradas de modo repentino, al no salir bien lo que alguien esperaba. Me
comenta un experto en Nutrición, y aquí lo hago constar, que “la expresión está
mal utilizada”, ya que “tal planta se confunde con “cerrajas”, esa planta
silvestre que tanto gusta a los conejos, y sobre la que señala el “Diccionario de Autoridades” (RAE,1729) que “sus hojas, flores o jugo
lechoso se aplicaba como estimulante del apetito, el tratamiento de la ascitis,
y para arreglar trastornos hepáticos. Su agua infusionada, el de las cerrajas,
es insulsa y sin propiedades”. Por tanto, la expresión primitiva era “quedar en agua de cerrajas”, a la que
hace referencia Sebastián de Covarrubias
en su “Tesoro de la lengua castellana o
española” de 1611”.
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