lunes, 14 de marzo de 2016

Más preocupante es el lindano





La Diputación General de Aragón tiene previsto –según leo en Heraldo de Aragón- que en el próximo Plan General de Caza se incluya como medida preventiva permitir la eliminación mediante la caza de los híbridos de jabalí y de los cerdos vietnamitas asilvestrados, es decir, del cerdolí. Dicen que es más chato y pequeño y con las patas traseras más altas. Vamos, que su hibridación con los jabalíes autóctonos produce el “efecto Frankenstein” entre los cazadores. Pero, a mi entender, deberíamos ser más pragmáticos y aprovechar esa circunstancia de  contar con cerdolíes entre nuestra fauna por ver de conseguir lograr jamones “pata negra” a mitad de camino entre el “5 jotas” y la cecina leonesa de vacuno, catalogada desde 1994 como “indicación Geográfica Protegida”. En resumidas cuentas: al cerdolí no hay que eliminarlo, como pretende el Gobierno de Aragón, sino mimarlo en su crianza y extraer de él un alimento exquisito, parecido al que ofrecían en el mesón de Mansilla de las Mulas los padres de la protagonista del Libro de entretenimiento de la pícara Justina. En el libro primero, de cuatro, (La Pícara montañesa) se cuenta  que su padre, Diego Díez, fue asesinado por un hidalgo, que sobornó a la familia para que no lo denunciase. Un perro devoró parte de su cadáver, y su madre, de ascendencia judía conversa, murió atragantada por una longaniza y fue enterrada boca abajo; o del mismo modo que Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, prohibido por la Inquisición, el personaje, Antón Zotes, elogiaba la cecina leonesa en la pluma de Francisco Lobón de Salazar,  pseudónimo que escondía la verdadera personalidad del jesuita José Francisco de Isla de la Torre y Rojo. Este país, que ha sido pionero en la fabricación de churros, botijos, castañuelas y rosarios hechos con pétalos de rosas, como los que se forjaban en la Cartuja de Aula Dei antes de que los seguidores de la Orden de san Bruno tomaran las de Villadiego, no puede liquidar un animal así, en plan “holocausto judío”, por muy híbrido que sea, como antes se pretendió masacrar al lobo, tan querido por Rodríguez de la Fuente; a los gorriones, que los servían en los bares como “pajaritos fritos” ante el desdén de las autoridades; y al topillo castellano, pese que favorece los procesos edafológicos y ha contribuido a aumentar la diversidad faunística del valle del Duero. Cuando las Comunidades Autónomas toman medidas por su cuenta y riesgo sin contar previamente con el consejo de biólogos y expertos en Zoología hay que echarse a temblar. Un ejemplo: en marzo de 2007, cuando la plaga de topillos castellanos ya se había extendido ampliamente por Tierra de Campos, las autoridades de la Junta de Castilla y León decidieron dispensar Clorofacinona en forma de granos a lo largo de 20.000 hectáreas de terreno. Desgraciadamente el veneno no se preparó adecuadamente afectando masivamente a palomas, lagomorfos, aláudidas, jabalíes y aves cinegéticas o protegidas. Recomendaría a Francisco Javier Lambán que, antes de tomar ciertas medidas contra el cerdolí, se preocupara de hacer desaparecer los efectos del lindano consecuencia de la vieja fábrica de Inquinosa, en Sabiñánigo, todavía presente en las aguas del río Gállego. Eso sí que es preocupante.

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