viernes, 16 de junio de 2023

Caracoles

 


Comer caracoles de campo se va a poner difícil. Asociaciones ecologistas aragonesas señalan que la captura de caracoles "no está regulada en esa comunidad, por lo que se consideran animales silvestres y su colecta es ilegal al amparo de la Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad en su artículo 54.5.”,  donde dice: “Queda prohibido dar muerte, dañar, molestar o inquietar intencionadamente a los animales silvestres, sea cual fuere el método empleado o la fase de su ciclo biológico". Ecologistas en Acción sostienen que “las acequias y cunetas donde se encuentran los caracoles se tratan habitualmente de forma directa con herbicidas, en ocasiones veces varias veces al año, por lo que el suelo y las plantas que crecen en esos entornos pueden contener niveles más o menos elevados de sustancias tóxicas".  A mi entender los gasterópodos no son animales silvestres, como tampoco lo son la mosca, la avispa, el tábano o el alacrán. A mi entender, digo. hay que saber diferenciar entre animales, insectos, bichos y gusarapos. Pero demos por bueno que el caracol es un animal silvestre y el único invertebrado que se consume en España. Lo cierto es que la falta de regulación sanitaria de ese “animal protegido como silvestre” hace posible que se consuma en bares y restaurantes sin ninguna traba legal. Por otro lado, es una fuente de ingresos para muchas familias humildes dentro de la economía sumergida. Lo que desconocía es que su comercialización mueve en Aragón entre cuatro y ocho millones de euros anuales. Pero pese a su falta de regulación legal, comer caracoles puede tener consecuencias deletéreas   en la especie humana, ya que suelen contener parásitos que transmiten la meningitis o la esquistosomiasis si no se cocinan adecuadamente. Además de ello,  en esos gasterópodos hay presencia de metales pesados como plomo o mercurio. En un estudio realizado por el Laboratorio de Paleontología y Paleobiología del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, tras unas excavaciones arqueológicas en las Reales Atarazanas de Sevilla, se sabe con certeza que la gente humilde sevillana de los siglos XV y XVI comían ostras casi a diario por su bajo precio, así como caracoles, chirlas y cabrillas. Las cabrillas, para el que lo desconozca, son caracolillos de color marrón con manchas difusas más claras, con la abertura marrón oscuro y el labio blanco, abundante en los cultivos de secano. Tiene menor tamaño que el caracol y se suelen poner en un platillo como tapa de cortesía en los bares andaluces. La afición a comer caracoles en Lebrija dio lugar a la famosa “caracolá”, un festival flamenco donde se reúnen los mejores cantaores desde 1966, que coinciden en un buen toque, un buen cante y un buen baile. El nombre fue escogido entre una larga lista de platos y guisos típicos de ese pueblo sevillano situado en la comarca del Bajo Guadalquivir, resultando elegido “La Caracolá” –como decía- al ser los caracoles uno de sus platos más emblemáticos. Tampoco hay que olvidar que “los caracoles” constituyen uno de los palos del flamenco procedente de las “cantiñas” bailables, concretamente de “la caracolera”, vinculada al Madrid de finales del siglo XIX. Se destacaron en ese arte Antonio Chacón, José de Sanlúcar y Niño de Almadén, nombre artístico que adoptó Jacinto Antolín Gallego. Dentro del grupo de “las cantiñas” existe un palo llamado “mirabrás”, tal vez derivado de la jota aragonesa, por medio de la llamada ‘jota de Cádiz’.

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