miércoles, 14 de junio de 2023

Fraudes por doquier

 

Es curioso, cada día se compran más libros de cocina y cada día se come peor. Estoy harto de escuchar que “la mejor tortilla de patatas es la que hace mi madre”, que “las mejores croquetas las hacía mi abuela” y que “el mejor flan de huevo lo hacía una tía paterna” a la que, por cierto, en lugar de echarse novio le dio por la parroquia, donde le enseñaron a hacer manualidades con miga de pan duro y purpurina. Yo creo que los libros de cocina actuales no se adquieren con el fin de ver recetas y el modo de preparar los guisos, sino para contemplar fotografías de platos elaborados. A la gente nunca le gustó leer sino “mirar los santos”, o sea, las ilustraciones de los libros. Por eso hoy nadie compraría una edición facsímil de “El practicón”, de Ángel Muro, o “El Amparo”, de las hermanas Azcaray, por otro lado difícil de encontrar. Por regla general, es fácil “dar gato por libre” cuando no se es experto en lo que se adquiere en el mercado. El fraude de los pescaderos, también de muchos restaurantes, consiste en aprovecharse del mal etiquetado o en su parecido aspecto. No es sencillo distinguir qué se compra cuando el pescado es grande y se vende cortado y sin piel o cuando los filetes están limpios. El atún rojo se lleva la palma. Si en el mercado está muy barato, casi seguro que te intentan vender patudo tintado de rojo con remolacha. Pero hay más: dar fogonero por bacalao, panga o fletán por lenguado, merluza de Chile o Namibia (merluccius capensis) por merluza del Cantábrico (Merluccius merlucius), potón por pulpo cuando pedimos un bocadillo de calamares, etcétera. En cualquier cabeza cabe que en un menú de 12  o 14 euros no pueden servir exquisiteces. Al dueño del establecimiento no le saldrían las cuentas. ¿Acaso piensa el cliente que al pedir un “chuletón de buey”  le dan lo que solicita? El buey, según en BOE, hace referencia a “un macho castrado de más de 48 meses”. Un tratante de ganado puede aseverar que en Galicia, por poner un solo ejemplo, no hay más de 150 bueyes por su baja de rentabilidad, ya que mantenerlos sobrepasa la cifra de 8.000 euros. Pero los hosteleros, muy pícaros, sostienen que en los años 90 a la carne de vaca vieja se le llamaba buey cuando, en realidad, los chuletones procedían de una vaca vieja de Polonia. Por esa razón es necesario ver la trazabilidad tanto en carnes como en pescados. De nada sirven los esfuerzos del vendedor por intentar colocar un producto distinto al que pides. Seguro que a esa tienda ya no vuelves. Porque, claro, ya puestos, si mi suegra tuviese ruedas sería una bicicleta.

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