miércoles, 7 de junio de 2023

Palios y baldaquinos

 

Yo siempre estuve en la creencia de que el palio era ese dosel bajo el que Franco entraba a los templos a modo se sombrajo. Pero no. He leído que el palio es otra cosa, o sea, una insignia pontifical que usan el Papa, los arzobispos y algunos obispos como signo de jurisdicción. Se trata de una banda estrecha de lana blanca cosida en forma semicircular de la que caen dos tiras cortas en sentido vertical sobre el pecho y la espalda, adornado con seis cruces negras, en los papas es roja, cuatro en la banda circular y las otras dos en los extremos, sobre la casulla y colgando de los hombros a modo de escapulario. O sea, nada parecido a la idea que yo tenía al respecto. Pero no sirve cualquier lana, ha de ser de corderos bendecidos en la basílica de santa Inés y presentados al Papa cada 21 de enero. Los confeccionan las benedictinas del Monasterio de santa Cecilia, en el Trastévere, la zona bohemia de Roma. En realidad, lo que llevaba encima Franco, también Juan Carlos al poco de su coronación, era un baldaquino con cuatro, seis varales u ocho varales, como los que se utilizan en algunas tallas procesionales de Semana Santa para proteger al cura que porta el Santísimo. Recuerda la tienda donde reposaba el Arca de la Alianza, que estuvo custodiada en el Templo de Salomón y que contuvo las Tablas de la Ley durante el éxodo de los judíos por el desierto. Pero el Arca desapareció en año 687 a.C. cuando los babilonios destruyeron Jerusalén. A día de hoy sigue sin aparecer y nadie conoce su paradero. Quién sabe. Quizás algún día aparezca el Arca en un oscuro sótano de El Pardo, que Haile Selassie, conocido como  Negus Negast,  conquistador de la tribu de Judá, y descendiente de Salomón y de la reina de Saba, lo trajese como regalo a Franco durante uno de sus viajes a España, en valija diplomática, y haya permanecido en ese sótano olvidado como en un pudridero hasta el momento en que se puedan escuchar las trompetas de Jericó y ,allí, donde se encuentra El Pardo, aparezca un montículo pequeño que se vaya agrandando hasta alcanzar el tamaño del monte Sinaí, y una zarza que arda sin consumirse, y donde a modo de decorado podría colocarse el brazo incorrupto de santa Teresa, el fajín y el parche del ojo del tuerto Millán Astray. Al menos, para una película sí daría juego.

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