domingo, 4 de junio de 2023

Especies exóticas

 

En el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras se  prohíbe categóricamente tener una serie de animales. Pero no señala a los gorrones, que un día aparecen por casa, se les ofrece dormir una noche por no haber buscado hotel y se quedan quince días sin despeinarse. El gorrón pertenece a esa clase de animales que no se extingue ni aunque le echen matarratas en la cena y deba cambiar la cama de la casa de sus amigos por la cama del hospital. De cualquier manera veo bien que no se permita tener culebras, arañas o escarabajos patateros en un piso de vecindad, pero una pareja de periquitos es otra cosa. ¿Y el que tiene un loro desde hace tres generaciones, deberá desprenderse de él? Me refiero a un loro que ha visto morir hasta al abuelo, que escuchó las refriegas en el Cantón de Cartagena, que no se mete con nadie y que es capaz de cantar La Internacional, claro, no a un guacamayo que sólo escucha cómo su dueña, también entrada en años, reza rosarios en un tresillo con otra amiga cada atardecida y que sólo sabe decir “ora pro nobis Sancta Dei Génetrix” y las letanías en latín, que es como hay que decirlas. Dejó escrito Domingo Marchena en La Vanguardia que “comer de gañote (por la cara o gratis et amore) ya era una pesadilla en la antigüedad clásica. Así lo demuestran los 24 cantos o rapsodias de la Odisea, que prosiguen el festín de la Ilíada, otra joya que también aceptaría una crítica gastronómica”. Los gorrones, en fin, pertenecen a esa fauna pintoresca de tipejos que buscan en el sablazo, en el abuso de confianza, o en las dos cosas, la manera de resolver su falta de recursos. No, el loro no debe salir de una casa por ley. Forma parte de la familia y sabe más que Briján, lo que pasa es que no cuenta lo que observa silente para que no le pongan un negro capuz que tape su jaula y le caiga el manto de la noche encima, como hacían con los reos cuando les daban garrote.

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