viernes, 23 de junio de 2023

Marrón

 


El río Ebro pasa hoy por Zaragoza de color marrón por los arrastres de lodos de las últimas tormentas aguas arriba. El marrón es el color de las capas alistanas de honras y respeto. Contaba Carlos Herrera en “XLSemanal “que “hay que saber callar ante el paso de una hermandad de penitencia como las Capas Pardas de Zamora, y estarse quieto y guardar reverencia y aprender a ser testigo de prodigios mudos, sencillos, conmovedores”. Y es que el color marrón es propio de la calidez y de lo vulgar. Recuerdo que mis abuelos maternos solían acudir con mucha frecuencia a una iglesia en Santander, creo que a Santa Lucía, para oír la misa dominical. En la entrada había un pobre, siempre el mismo, pidiendo la caridad. Saludaba a todos los feligreses con cortesía. Para mí que era un hombre de clase media venido a menos por circunstancias que desconozco. A mi abuelo se le ocurrió pensar que a ese hombre podrían quedarle bien unos zapatos marrones que él no usaba pero que todavía estaban en un buen uso. Y decidió meterlos en una caja y llevárselos en una de sus salidas de casa a la iglesia. Aquel hombre miró los zapatos con detenimiento y, tras comprobar detenidamente que estaban en buen estado, decidió rechazarlos. Eran de su número y tenían brillo y unas medias suelas estupendas. Le hubiesen quedado “de buten”, como dicen los castizos, pero de nada sirvió que mi abuelo insistiese en que los aceptase. Le preguntó el motivo para ese rechazo. Y aquel hombre de gabardina y sombrero, brillantina en el pelo y un bigote muy afilado, no dudó en darle la respuesta: “Mire, amigo, se lo agradezco, pero no puedo aceptarlos de ninguna de las maneras. El motivo es sencillo: yo siempre calzo zapatos negros”. Y mi abuelo escuchó la misa, salió a la calle y regresó a casa con los zapatos dentro de la caja y volvió a depositarlos en el sitio donde estaban olvidados. Sentado en el sillón, tomó el ABC y se dispuso a leer una “Tercera” de José María Pemán al tiempo que en la radio salía el sonido de un “parte” leído con voz engolada: “Son las dos y media de la tarde en el reloj de la Puerta del Sol…”. El marrón era el color adoptado en los uniformes  por los escopeteros de andenes de estación, de las maletas de viajantes y de los vagones de madera de tercera categoría. Por otro lado, “comerse el marrón” es una expresión utilizada en el lenguaje de germanías que equivale a cargar con las culpas propias o ajenas. Una de las teorías, hay varias,  relaciona “marrón” con el verbo “marrar” (fallar, equivocarse), y éste con “marro”, un juego basado en que los jugadores de un equipo que han de evitar que los rivales les atrapen, esquivándoles con el cuerpo, haciéndoles “marrar” cuando van a atraparles. Por tanto, “un marrón” equivaldría a un escape y “comerse el marrón” a ser atrapado. Vamos, que el “marrón” no lo quiere nadie, tampoco el digno pordiosero de Santander.

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