domingo, 21 de abril de 2024

A vueltas con dos fastos

 


Da mucho de si el tema. La fiesta de Villalar es la fiesta de una derrota. Ahora resulta que la Junta quiere cargarse los fastos de ese día por considerarlos “cosa de rojos”. En ese sentido, hoy en El Correo de Zamora, Luis Miguel de Dios comenta que “no les importa que, durante unos cuantos años, el presidente de la Junta, algunos de sus consejeros y otros destacados miembros del PP hayan acudido a rendir homenaje a los muertos en 1521, especialmente a los capitanes Padilla, Bravo y Maldonado. Y no les gusta que miles de personas vayamos todos los años a proclamar nuestra fe en Castilla y León y en la necesidad de hacer todo lo posible para lograr un porvenir mejor”. Pactar con Vox para poder gobernar es lo que tiene. Por otro lado, Unión del Pueblo Leonés entiende que León no tiene nada que ver con aquellos acontecimientos de Villalar. Ignoran que León fue ciudad comunera, que de Salamanca salieron los textos que precedieron a la revuelta contra el advenedizo Calos I y que Maldonado era salmantino. En Aragón ese día, 23 de abril, se celebra la fiesta de san Jorge basada en una vieja leyenda enraizada según la cual el santo, soldado de Capadocia, más tarde decapitado, batió a la bestia y liberó al reino. De hecho la  cruz de san Jorge aparece en el tercer cuartel del escudo de Aragón, junto con cuatro cabezas de moros, representando la victoria de Pedro I en la batalla de Alcoraz. Con la llegada de la democracia se proclamó fiesta oficial de Aragón. Y los pasteleros crearon un pastelillo con la idea de que fuese tradicional para esa fiesta: el lanzón, un bizcocho con nata, turrón, yema tostada y licor 43 para emborrachar el bizcocho, creado en 1982 en el obrador de  Amadeo Babot. En la parte superior de ese dulce lleva la bandera de Aragón, la cruz de san Jorge y un cachirulo. Todo ello más cursi que un ataúd con pegatinas. Posteriormente, la Asociación Provincial de Pasteleros y Provincia creó el Premio “Lanzón”, un dibujo enmarcado que desde 1984 cada año se entrega a personas o grupos distinguidos a criterio del gremio de confiteros. Lanzón es el nombre de una lanza corta y gruesa con rejón de hierro ancho y grande a modo de chuzo que solían usar los guardas de las viñas y los serenos. Lanzón, cuentan que era el nombre del terrible dios de Chavín, un hombre-jaguar sonriente con los dientes descubiertos y las uñas largas pegadas a los costados; también se conoce por ese nombre a una estela de granito en el corazón de un templo situado en lo más alto de los Andes peruanos, como  un pivote central que conecta el cielo, la tierra y el inframundo. Ignoro si a los chicos de hoy se les enseñarán en los institutos quién fue el obispo Antonio Acuña, ejecutado en 1526; el  pesquisidor Ronquillo, alcalde de Zamora; Bernardino de Valbuena, gobernador de Villalpando; o  María Pacheco, mujer de Padilla, resistente en Toledo tras la batalla de Villalar frente a las tropas reales y, tras su muerte, enterrada en la catedral de Oporto. Ni la fiesta de Villalar es cosa de “rojos” ni la fiesta de san Jorge es para ser tomada en serio. Tanto es así que en la televisión del Estado ese día solo se comenta en los telediarios la fiesta catalana de sant Jordi, pese a ser día laborable, y se hace referencia a dos regalos tradicionales: libro y la rosa. Es una fiesta promovida, y que se mantiene, por el catalanismo conservador desde el siglo XIX, basada en una leyenda de la Edad Media, donde un caballero mata al dragón para salvar a la princesa, como aparece en la “Leyenda dorada”, una compilación de relatos hagiográficos titulada inicialmente “Legenda sanctorum”, reunida por el fraile dominico Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII.

 

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