viernes, 5 de abril de 2024

Soltando el lazo de la melancolía

 


Ayer por la noche recibí la llamada inesperada de un viejo amigo de la infancia, Luis Delgado, hijo del entonces jefe de Estación, don César, que más tarde fue destinado a Calatayud. Luis fue jefe de Estación en diversos lugares. Me contaba ayer que la Estación de Calatayud-Jalón ha perdido casi todo el personal de servicio, que solo quedan dos o tres personas para el despacho de billetes. Una pena. Y hoy leo en El Progreso que “la ciudad de Lugo, y en consecuencia también otras poblaciones de la provincia, perdieron desde el inicio del milenio el 60% de las frecuencias de tren que tenían hasta esa fecha. En 2001 salían 15 trenes diarios de la capital y hoy salen seis”. Durante mucho tiempo tuve mi casa a pocos metros de distancia en paralelo con la vía que une Madrid con Barcelona, que entonces era sencilla y ahora es doble y la han electrificado. Recuerdo que a cada paso de tren mi casa retumbaba. Pero por la fuerza de la costumbre hubo un momento en el que llegó a gustarme el sonido de los ejes de los vagones sobre la vía y, aunque parezca increíble, aquel traqueteo me ayudaba a conciliar el sueño. No necesitaba reloj. Según qué convoy circulaba, sabía qué hora era. Daba igual que fuese de día o de noche. Aquellos convoyes, unos de viajeros y otros de mercancías, tenían como un olor especial que permanecía un rato en el ambiente. Pero en aquella estación solo paraban unos pocos trenes: el correo mixto, con vagones de  Valladolid y de Madrid que se unían en Ariza con destino a Zaragoza; el “Shangay Espress” de Vigo y La Coruña con destino a Barcelona, que pasaba de largo martes, jueves y sábados en una dirección y lunes, miércoles y viernes en dirección contraria; los talgos, cuyas máquinas tenían nombres de vírgenes; los  expresos, que pasaba de madrugada y hacían el recorrido Costa del Sol-Barcelona; el “ómnibus Arcos”, que paraba en todas las estaciones y que el trayecto Zaragoza-Arcos de Jalón duraba una eternidad; y poco más. Luego estaban los mercancías: los trenes puros de “Transfesa”, el “Ruta”, el “Platillo”, que transportaba coches “Seat” desde la Zona Franca de Barcelona hasta Madrid; etcétera. Cada vez que pasaba un tren de largo y a toda velocidad, el jefe de la Estación salía al andén y levantaba el banderín rojo enrollado si era de día, o el farol verde por las noches. Era un no parar. Más tarde, con el trazado de la vía del “Ave”, tiraron mi casa, la capilla y el “Grupo Escolar Dorotea”, que pertenecían a La Compañía de Alcoholes, donde aprendimos las primeras letras los hijos de los empleados, de la Guardia Civil y de los ferroviarios. El trazado de aquella vía férrea entre Madrid y Zaragoza perteneciente al MZA se había inaugurado el 12 de abril de 1863. Eran tiempos en los que Isabel II se había puesto fondona por el parto de la infanta Isabel; Espartero se había retirado a Logroño; O’Donnell trataba de sobrevivir en un nuevo Gobierno junto a un soberbio Serrano, que acababa de dejar la Capitanía General de Cuba para hacerse cargo del Ministerio de Estado; Prim, que deseaba alzarse con el poder por una promesa de la Reina tras desbancar a Olózaga; y el Marqués de Salamanca se arruinaba hoy con la misma facilidad que se enriquecía mañana. Se comentaba en el Café Fornos el éxito editorial de “Los miserables”, de Víctor Hugo, y de la postrera novela de Juio Verne “Cinco semanas en globo”. Mesonero Romanos concluía su serie “Tipos y caracteres” y Rosalía de Castro acababa de publicar sus “Cartas gallegas”. En la estación de Calatayud-Jalón se apearon diversos personajes con acharoladas chisteras, damas con miriñaque, hombres con monos, gafas de motorista y gorras de visera, ministros, ingenieros y mandos de la Compañía MZA. En la sala del despacho de billetes habló el exministro Luján y más tarde los presentes pudieron degustar una locomotora de chocolate. Ya perdonará el lector, pero la llamada de ayer noche de Luis Delgado, hijo de don César, me ha soltado el lazo de la melancolía.

 

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