jueves, 25 de abril de 2024

La banda de los "simpa"

 


Recuerdo que, cuando de pequeño viajaba con mis padres, al entrar el revisor en el compartimento, además de los billetes había que enseñarle el carnet de familia numerosa que justificaba el descuento practicado. También recuerdo que la mayoría de viajeros eran empleados de la Renfe (se le añadía a las siglas el artículo femenino singular como si se tratase de una cabaretista de cafetín) que usaban kilométrico y estaban exentos de pago. Me daba la sensación de que solo sufragábamos la red ferroviaria cuatro primos. Lo mismo  me sucede ahora cuando voy a un espectáculo de un teatro municipal. La mayoría de los espectadores que usan palcos son funcionarios municipales o gente relacionada con los medios informativos, que reciben entradas y ven la función sin que les cueste un ochavo. Ya pasó en Zaragoza con la “Expo” de 2008. El ciudadano corriente hacía filas interminables para poder entrar en un pabellón con un sol de plomo, mientras veíamos como por otra fila más fluida pasaban, de marrón por supuesto,  parientes de concejales y de caciques que no habían pasado por taquilla. Este es un país donde nunca pagas lo que consumes si eres “de la banda de los simpa” o llevas una gorra en la cabeza. Aquí le pones una gorra de visera a alguien y de inmediato comienza a dar órdenes a troche y moche como un sansirolé en la procesión del Corpus. Tal vez por esa razón se respete tanto a los “gorrillas” aparcacoches. No cabe duda de que hay gente con la que trae más cuenta estar a bien que a mal: verbigracia, los ordenanzas de los juzgados; los celadores de hospitales; ese número de la Guardia Civil que viven en tu casa dos pisos más arriba; o el cura de la parroquia que parece que no sabe, pero sabe y mucho. Además de poseer hilo directo con el Cielo, es sabedor de cuándo hay “overbooking” en la entrada, si es que pensamos en hincar el pico. Sabido es que quién no tiene padrino no se bautiza, por muy hidalgo ruinoso que sea y por mucho que airee a las cuatro rosas de los vientos su quejumbre. Hoy leo una noticia en el Correo de Zamora que me ha dejado ojiplático: “El tren regional de Puebla de Sanabria a Zamora y Valladolid cuenta ya con revisor”. Eso equivale a decir que, hasta la fecha, al ir solo al maquinista en la locomotora, no pagaban billete ni sanabreses, ni vallisoletanos ni los viajeros de pueblos del trayecto; eso sí, todos gente de bien, pese a montar en estaciones donde si estaba habilitada la venta de los billetes, o  ciudadanos que contaban con el “abono gratuito para viajeros recurrentes”, pero que en lugar de montar en Zamora o Valladolid lo hacían en paradas intermedias, lo que no está permitido y requiere sacar otro ticket. Pero la paradoja es que muchos viajeros que sacaban abonos de transporte criticaban la falta de revisor puesto que habían desembolsado 20 euros de fianza frente a la obligación de realizar al menos 16 viajes en 4 meses. Y, claro, al no poder justificar el uso temían perder la fianza por no poder demostrar que había realizado tales recorridos. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Los castellanos, ya se sabe, cuando van a la pescadería pretenden adquirir pescadilla gorda que pese poco; algo incongruente, que no viene de congrio.

 

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