martes, 9 de abril de 2024

La culpa fue de la manzana

 

En la edición aragonesa de El Periódico de Aragón, aparece hoy un artículo de Miguel Miranda, profesor titular de la Universidad de Zaragoza en el Área de Trabajo Social y Servicios Sociales, donde reflexiona sobre la estulticia que anida en todos ámbitos de nuestra sociedad. A propósito de la multa millonaria que se le ha impuesto a un tipo que promovía la toma de lejía para ‘curar’ el autismo, el autor del artículo escribe: “En este país hay toda una tipología de cuñaos, paranoides latentes, predispuestos a las teorías conspirativas, iletrados que no han leído un solo libro en su vida que pontifican sobre temas que lo ignoran todo”. (…)  “Los mismos ignorantes pueblan las tertulias en los medios exhibiendo su falta de prudencia y su desconocimiento”. Cierto. Siempre son los mismos individuos los que aparecen en las tertulias de las televisiones, algunos hasta dos veces al día, opinando de lo que sea, da igual que se comente el poco sueldo que reciben los camareros, que sobre la gripe asiática, sobre el cambio climático, o sobre si los cangrejos de río tiene alma. Este es un país de servicios, de sicólogos (que abundan más que las setas),  de nigromantes, de autodidactas y de sombríos agoreros que se lamentan de la España vaciada y que, al mismo tiempo, intentan convencer a los urbanitas de que en los pueblos se vive mejor. Como bien indica Miguel Miranda, “los autodidactas presumen de su ignorancia y la imponen (véase su dificultad para entender un concepto como el de la violencia de género), y los hay hasta en las aulas universitarias en las que alguno intenta enseñar una disciplina de la que lo ignora todo”. Con estos mimbres, mal cesto. Hay tipos que tienen más fe en la opinión de un curandero que en la de un médico y da más crédito a los ‘razonamientos’ de un sacamuelas manipulador de barra de bar que a la opinión de un catedrático. Un día escuché de boca de una mujeruca de aldea que había que tener cuidado con las serpientes, que por las noches se acercan a las habitaciones donde hay niños neonatos y succionan de la teta la leche de sus madres. Una teoría desarrollada por la antropóloga californiana Lynne Isbel sostiene que el miedo a las serpientes podría estar relacionado con la adaptación evolutiva del cerebro de los mamíferos. A aquella mujeruca de pueblo abandonado de nada serviría señalarle que nunca existió el diablo convertido en serpiente en el Paraíso Terrenal; y, mucho menos, las connotaciones sexuales que supuestamente rodearon ese mito que tan decisivamente influyó en el pensamiento y la cultura occidentales. Pero para un garrulo de tasca, la culpa la tuvo la manzana.

 

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