domingo, 28 de abril de 2024

Se funde la máquina

 


Lo visto ayer por televisión sobre el enjambre de socialistas aireando banderolas a las puertas de la calle Ferraz, en Madrid, se me antojó como una despedida de andén de estación, de aquellas de cuando los trenes tardaban mucho en llegar y las negras locomotoras Mikado soplaban vapor como si atravesaran el Despeñaperros. Demasiados autobuses para estar en la pomada. También recuerda el “no te vayas, mamá” que cantaba en un pueblo italiano Marco en aquella serie infantil “De los Apeninos a los Andes”, o la muerte de Chanquete, cuando todos los españoles llorábamos a lágrima viva apoltronados en un sofá de escay bajo el tapiz que nos había traído nuestro hijo de África estando en la mili, representado por un camello en un oasis de paz sahariano. El presidente Sánchez pareciese que hubiera ido al Monasterio de Loyola para hacer unos ejercicios espirituales de cinco días de duración. Y, ahora, la respuesta que todos los socialistas esperan es que no se marche, que continúe en la Moncloa los tres años que le restan de virreinato temporal. Y esa respuesta decisiva la dará mañana lunes, día en el que la Iglesia católica  recuerda al dominico san Pedro Mártir. ¡Qué casualidad! Pedro de Varona, como realmente se llamaba, fue miembro del Tribunal del Santo Oficio y mártir italiano al que se le atribuían muchos milagros, tanto en vida como después de muerto. Se cuenta en el Martirologio que cerca de la aldea de Barsalina recibió dos golpes de hacha en la cabeza que le produjeron la muerte. Los españoles, a los que ya nos queda grande el corbatín a fuer de desdichas colaterales, nos movemos entre la Odisea y la Ilíada, entre la guerra de Troya con el regreso de Ulises  a su reino de Ítaca y el canto de los veinticuatro versos épicos sobre la cólera de Aquiles contra Agamenón, que le robó su esclava Briseida. ¡Uf, qué follón por una consorte! Se funde la máquina y las ideas se dispersan. Solo falta en esa trama un Deus Ex Machina del teatro griego que resuelva cómo poder salir del maldito dédalo. Núñez Feijóo, como los buenos trileros, se frota las manos por si sonasen las trompetas de Jericó y hubiese nuevas elecciones generales; los militantes socialistas toman litros de tila; los catalanes se enfrascan en su particular campaña; los vascos se afanan en hacer un nuevo gobierno en Euskadi; los repartidores de ‘Glovo’ siguen pedaleando por las aceras y esquivando peatones para llevar sus pedidos; y el resto, la mayoría silente, continuará mañana con la tediosa rutina pisando la dudosa luz del día y viendo las nubes pasar. Me decía un conocido de barra de taberna entre chato y chato de vino tinto peleón que tanto la política como la religión son aceptables para los que viven de ello, no para los que las sufren. Tenía razón. Lo que pasa es que, con tantas tutelas no solicitadas, tanto paternoster trasnochado, tanta cataplasma y tanto meneo de incensario al jefe de la tribu, día llegará que les acontezca a los militantes incondicionales lo de aquel hombre que quería tanto a su perro, que enfermó del rabo y su dueño cada día le cortaba una rodaja como si se tratase de una mortadela, pensando que así mejoraría de su dolencia. Hasta que llegó el día en el que el perro le dio un tremendo mordisco a su amo. Está claro que no debemos cruzar el río portando a nuestras espaldas un escorpión, como hizo la incauta rana. La fábula ilustra a ciertos políticos de ambición desmedida que no tienen empacho en destruir con la tralla de siete colas las propias circunstancias que los mantienen a flote.

 

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