sábado, 13 de abril de 2024

Pisando el pedal de la nostalgia

 


Hace tiempo que desaparecieron de las calles los carromatos de chucherías y los carritos de venta de helados. También algunas porteras vendían caramelos y pipas de girasol sobre una mesilla baja de tijera que ponían junto a la puerta de entrada al edificio donde prestaban servicio por el lado de adentro, para que no muriesen de un relente en tiempo de nieblas. De igual modo, también desaparecieron unos garitos, casi confesionarios, donde había una señora que recogía puntos de medias con la ayuda de un  tubo hueco; y si era menester, remendaban “tomates” de calcetines con el apoyo de un huevo de madera, alumbrada con un flexo. Se llamaban remalladoras. Con la media estirada sobre el cilindro, la remalladora ponía en marcha una reducida máquina de aire comprimido llamada remalladera. Pisaba el pedal y con la aguja, enganchaba y entrelazaba uno a uno los puntos de cada lado de la carrera. El problema llegó cuando de las finas medias de nylon se pasó a las medias indesmallables "Marie-Caire" sin obsolescencia programada. Pero las carreras se transformaron en agujeros, de peor compostura. Aquellas remalladoras solían estar en combinación con tiendas de lencería fina, que les facilitaban clientes. Los heladeros, siempre de chaquetilla blanca, solían colocarse en lugares estratégicos. Sus carritos disponían de tres depósitos que se tapaban con una especie de cucurucho de hojalata terminado en una borla. Los heladeros solían ofrecer a la clientela un trío de gustos: mantecado helado, fresa y tuti-fruti. Las bolas de helado se colocaban con unas pinzas racionadoras sobre una cucurucho de barquillo que previamente se habían hundido en unos depósitos cilíndricos rodeados de hielo y salmuera para recoger el producto. Aquellos carritos de helados itinerantes fueron desapareciendo de las calles y parques con la misma rapidez que los barquilleros, portadores de una gran lata cilíndrica roja (barquillera) dispuesta para ser cargada a la espalda y provista de una especie de ruleta en la parte superior para que los clientes pudieran aprobar suerte. Si el marcador de la ruleta caía en el clavo, el cliente perdía la moneda. En Santillana del Mar (Cantabria), en la Casa de los Abades”, que fuera la mansión de la archiduquesa Margarita de Austria-Toscana (1894-1986) a finales de los años 20, que disfrutó como refugio temporal tras la caída del Imperio Austro-Húngaro y es hoy propiedad de Pedro Barreda, existe el Museo del Barquillero. Allí se recogen esculturas, juguetes, partituras musicales, cuadros, moldes y todo lo relacionado con el viejo oficio de barquillero en un curioso viaje al pasado. Son muchas las profesiones femeninas, además de la profesión de remalladora, que han desaparecido en este país: cigarreras, lavanderas, planchadoras, telefonistas, ascensoristas, lecheras, coristas, amas de cría, aguadoras, sombrereras…, y otras profesiones llevan camino de su extinción definitiva: taquilleras, castañeras, niñeras, criadas, etcétera. Las niñeras, ¡ay!, fueron desapareciendo el día que los mozos dejaron de hacer la mili obligatoria. Se hacían grata compañía, ella de uniforme almidonado y él con traje de granito, gorro con borla roja y botas de media caña en los parques cada tarde, de cinco a siete, antes del toque de retreta, mientras a los endiablados niños se les enredaba el hilo de la cometa en el cabezón de bronce estucado de palomina del busto de un prócer de la Patria.

 

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