lunes, 15 de abril de 2024

Higiene necesaria

 


Leo en el Diario de Cádiz que unos chavales han encontrado en La Barrosa una pieza de cañón de hierro fundido, de cinco kilos de peso y de unos 20 centímetros de diámetro, procedente de la época napoleónica. La bola, al no contener material explosivo alguno en su interior, no supuso peligro para su manipulación y rescate. No obstante,  fue entregada a la Guardia Civil para su custodia hasta que, supuestamente, se le busque emplazamiento en algún museo, por ejemplo, el Museo de Chiclana. Parece que se trata de un proyectil de cañones de 12 libras, un calibre modesto si se compara con las grandes piezas de los navíos de a 36 libras o 24 libras que se utilizaron por las fragatas durante el asedio de Cádiz y San Fernando (por entonces llamada Real Villa de la Isla de León)  que fue cercada  desde el 5 febrero de 1810, tras la derrota  de la batalla del Portazgo del ejército francés, hasta el 24 de agosto de 1812, ya que San Ferrando se había convertido en sede del Gobierno de España desde el 23 de marzo de 1808. En  ese tiempo fue cuando las Cortes de Cádiz hicieron una nueva Constitución (la “Pepa”) para, entre otras cuestiones, reducir el `poder de la Monarquía instalada en Madrid, posteriormente revocada por Fernando VII'. En su retirada del ejército francés, los ejércitos aliados (principalmente compuestos por ingleses y  portugueses) derrotaron a las tropas napoleónicas en la batalla del Puente de Triana. Un dato curioso es que la Guerra de la Independencia trastocó la rutina de la gente y se introdujeron cambios de costumbres, ajustes de cuentas, epidemias y ataques a la propiedad y a los colaboradores con los franceses. Y, cómo no, un retraso económico de 30 años y un enorme empobrecimiento. Tas los asaltos a las ciudades llegaban los saqueos, los fusilamientos y las violaciones de mujeres. Los prisioneros recibían un trato inhumano. De hecho, los presos de Bailen terminaron en la isla de Cabrera. Al estar abandonados a su suerte (los ingleses no quisieron que fueran repatriados) se llegó a la locura y a practicar el canibalismo, como explicó el historiador canadiense Denis Smith en su ensayo “The Prisoners of Cabrera: Napoleon’s Forgotten Soldiers” (2001), donde cuenta:

“Los suministros llegaban a Cabrera, en teoría, cada cuatro días, mientras los buques de guerra españoles y británicos montaban guardia. El único manantial de agua dulce se secó en pleno verano. Las pocas cabras y conejos del islote fueron cazados y devorados rápidamente. Al final del primer mes habían muerto 62 hombres (una tasa de mortalidad anual del 20%). Entre mayo de 1809 y diciembre de 1809 fallecieron 1700 soldados. En 1810, solo vivían 17 hombres de una unidad de la Guardia Imperial de 75. El oficial de más alto rango escribió que ‘estaban todos prácticamente desnudos, pálidos y demacrados: sin provisiones durante tanto tiempo, parecían esqueletos. Durante un período de cuatro días en que se cortó el suministro de alimentos, murieron más de 400 hombres. En el ecuador de su cautiverio, el hambre y la comprensión de que nunca serían repatriados hundió la moral los hombres. Los prisioneros cocinaban sus propias ropas, ingerían plantas venenosas y, según los indicios, empezaron a devorar sus propias deposiciones y los cadáveres de sus compañeros muertos. Los hombres enloquecían y huían a las cuevas donde grababan los mensajes de desesperación que han sido descubiertos ahora. Cuando aquellos prisioneros olvidados de Napoleón fueron al fin repatriados en 1814, de los 12.000 iniciales sólo quedaban con vida 2.500.”.


En resumidas cuentas, la bola de artillería encontrada ahora por unos jóvenes en La Barrosa representa algo más que un posible objeto de museo. Es parte viva de la historia reciente de una España en la que no se respetó el Tratado de Fontainebleau (firmado el 27 de octubre de 1807 entre Godoy, por parte de España, y Gérard Duroc por la parte gala) para la invasión y posterior reparto en tres trozos de Portugal. Poco más tarde, el 17 de marzo de 1808, se producía el Motín de Aranjuez, la caída de Godoy, la abdicación de Carlos IV y la subida al trono de su hijo, el rey felón. Pero aquel bucle rocambolesco no terminó ahí. Tras convocar a padre e hijo a Bayona (adonde llegó Fernando el 20 de abril, dejando en Madrid como su representante a una Junta de Gobierno, y sus padres, Carlos IV y María Luisa de Parma, el 30 de abril) Napoleón obtuvo de ellos la abdicación a su favor, el 5 de mayo de 1808, tras lo cual cedió la Corona a su hermano José I el 6 de junio. Yo siempre mantuve que los Borbones solo trajeron desgracia a España. Y lo sigo manteniendo a día de hoy por una necesidad de higiene democrática y no por cuestiones de bragueta. No se trata de medir quién la tiene más larga para dirigir nuestros destinos.

 

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