jueves, 4 de abril de 2024

Falso "solomillo al whisky"

 


A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Un “solomillo al whisky” que no lleva ese licor no es lo que indica la carta de los restaurantes sevillanos. Resulta que se sirve en los restaurantes hispalenses desde los años 60, cuando un abogado recién llegado de París manifestó al responsable de la “cafetería Rioja”, situada en la calle del mismo nombre y que también servía de ambigú al “cine Palacio Central”, que probase a hacer ese plato que él había degustado en un restaurante parisino. Y así se hizo, con la diferencia de que en su confección no se utilizaba whisky sino brandy español y el regusto final no era el mismo que aquel  que el abogado conocía. Se convirtió en plato especial de la casa. Al poco, un bar de la Alameda de Hércules parece que copió aquella fórmula y la sirvió en forma de tapa con el nombre de “mantecadito”. Se hizo muy popular. La receta del “solomillo al whisky” es sencilla. Se necesita para tres o cuatro platos sobre 400g de solomillo de cerdo, 200 ml de aceite de oliva, una cabeza de ajo con los dientes machacados y sin pelar, un vaso de caldo de carne, 100 g de mantequilla, ½ vaso de zumo de limón, algo de sal, pimienta negra molida y un chorro de brandy corriente. Se suele servir acompañado con un poco de salsa en el fondo del plato y de patatas fritas. Más tarde llegó la picaresca y hubo bares donde servían un “solomillo al whisky” que no tenía una cosa ni la otra, pero los sevillanos se lo seguían comiendo igual. Mónica Escudero contaba en “El comidista” de El País que en Sevilla hay que buscar bares llenos de toneles y botellas. Que es buena señal cuando el bar cuenta con barra de aluminio o de madera vieja, con gente acodada y camareros que apuntan con tiza sobre el mostrador lo que vas consumiendo. Todavía muchos sevillanos recuerdan aquella sentencia de El Pali: “Tendríamos que hacer menos bombas y más pavías de bacalao”. El Pali (Sevilla, 1928-68) fue el apodo de Francisco Palacios Ortega, uno de los más populares cantaores y autores de sevillanas y fandangos. Fue un hombre de gran volumen y enorme miopía, hijo de un empleado del puerto, José Palacios Pértigo, y de Magdalena Ortega Miró, emparentada con la familia torera de los Gallos.

 

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