lunes, 22 de abril de 2024

Sablistas de libros

 


Se da la paradoja que cada día que pasa cierran más librerías y aumenta el número de escritores. Hoy cualquier pelagatos con ínfulas y afición de vate edita un libro con las técnicas actuales, eso sí, pagando de su bolsillo la primera edición porque nunca hay una segunda. Tengo amigos poetas que, cuando te los encuentras por la calle, le informan de que han escrito un nuevo libro recopilatorio de sus últimos trabajos. Como le digas que te gustaría tener uno, te toman la palabra y hasta te lo llevan a casa. El recién llegado te lo dedica, le das las gracias y cuando crees que se va a marchar te recuerda que le debes 15 euros, que no lo regala. Se lo pagas, no te da las vueltas del dinero que le entregas por no llevar cambios, se sube el cuello de la gabardina, toma el ascensor como el que pilla un taxi y se larga a otro barrio en busca de otro primo. El libro, normalmente de menos de cincuenta páginas, lo dejas por ahí en cualquier estantería y te olvidas. Hasta que un día lo tomas entre tus manos y lo hojeas. Te resulta insoportable el rosario de chorradas que pone y lo vuelves a dejar donde estaba para que siga durmiendo y se llene de polvo. Pero un día, haciendo limpieza, decides tirarlo al cubo de la basura. De entre esos sablistas de libros conocí a uno de ellos, Paco Colindres, que al estar jubilado cada día se acercaba a la biblioteca municipal no a leer cualquier cosa sino a darse paseos por los pasillos. En cierta ocasión hasta ganó el premio de un certamen literario promovido por una casa regional al que acudía casi todos los días para tomar un chato en su ambigú y, por aquello de ir por atún y ver al duque, hacerse notar entre los socios oriundos de aquella región que se creían representantes subsidiarios de su lugar de procedencia casi en calidad de ‘embajadores’, tratando de no perder la esencia del terruño del que un día salieron en busca de mejores oportunidades. Como digo, Paco Colindres logró el máximo galardón con un relato tedioso donde solo se habían presentado cuatro candidatos, o sea, dos escolares, un catequista y él. Su egolatría aumentó dos días más tarde, cuando la prensa local publicó la noticia del fallo de aquella casa regional y el nombre de su ganador. Más tarde llevó el manuscrito a una imprenta para que tirasen una cincuentena de ejemplares, que pensaba engrosar con el añadido de dibujos a plumilla de una conocida de la  tertulia literaria ‘Alberto Insúa’ , con sede en el ‘Café Antillano’, donde un ramillete de poetas se reunía todos los jueves a la atardecida para comentar sus últimas creaciones sobre mesas de velador y vasos de agua. Estoy convencido de que cualquier día sonará el timbre de mi casa, abriré la puerta y me toparé de frente con Paco Colindres para dedicarme el exitoso libro. Y bajará más tarde en el ascensor para no romperse la nuca por las escaleras después de habérmelo dedicado, de haberse metido al coleto, como es su costumbre, dos copas de anís de Chinchón, media docena de bizcochos de soletilla, unas rodajas de cecina de chivo de Astorga y…, ¡cómo no!, de habérmelo cobrado a precio de librería de los ferrocarriles.

 

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