jueves, 23 de mayo de 2024

Portentos y maravillas

 


Ahora resulta que para poder conservar las dos bombas inertes del Pilar ha sido necesario que el Cabildo se registrase en la Guardia Civil como coleccionista de armas para que puedan seguir colgadas y a la vista por el público asistente junto al camarín de la Virgen, de conformidad con el Reglamento de Armas de 1993. Pero mi sorpresa aumenta al tener noticia por la prensa aragonesa de que una de esas bombas es falsa, que donó al Arzobispado el ejército golpista como “prueba palpable” del milagro de la Virgen que impidió que las tres bombas lanzadas (una de ellas fuera del templo) explosionaran. Claro, con ese armamento que solo te mata si te cae en la cabeza era imposible que la República pudiese ganar la guerra. Lo normal, a mi entender, es que esas bombas hubiesen desparecido del templo con la Ley de Memoria Democrática. Según se afirma en el libro de Antón Pujol Beltrán “El bombardeo del templo del  Pilar. El mito al descubierto” (Editorial Comuniter, Zaragoza. 2023, 240 p.), en una entrevista de Iván Trigo al autor (17/12/23) éste, que no revela el nombre del piloto, señala que  “no fue más que un calentón de barra de bar. Aquel fin de semana previo al ataque (el bombardeo fue un lunes) hubo una crisis en la Generalitat de Cataluña. Hasta el aeródromo del Prat no paraban de llegar mensajes de la caótica situación que se vivía en el frente. Y el piloto X, nervioso y molesto, se envalentonó. Y sin que ningún superior lo ordenara, cogió su ‘Breguet XIX” y despegó en dirección hacia Zaragoza. Poco después, los mandos a cargo del aeródromo le destinaron a otro lugar, quizás como castigo por lo que había hecho”. Dice saber eso por su padre, Tomás Pujol, uno de los miembros fundadores de Esquerra Republicana de Cataluña y por aquel entonces médico del aeródromo, que escuchó la conversación. Añade Antón que su padre y otro piloto inutilizaron las bombas manipulando las espoletas que se cargaron en el aeroplano para evitar su detonación. Cuenta el autor del libro que estuvo indagando en diversos archivos, pero que el Cabildo Metropolitano no le permitió acceder a los documentos en poder de la Curia. Todo muy raro. Todo queda entre el misterio, el milagro y la leyenda. La Iglesia Católica siempre se ha movido entre los mitos y las verdades a medias para tejer una telaraña de increíble novela de portentos y maravillas. Que se apareciese en Zaragoza la Virgen en carne mortal al hijo de Zabedeo y Salomé es un mito que se remonta al siglo VIII por el beato de Liébana, cuando se estaba fraguando el Reino de Asturias y los reyes cristianos necesitaban un relato que los legitimara y el beato creó ese mito. La noche del 29 de enero de 1879 se descubrió en la catedral de Santiago de Compostela un sarcófago que contenía  tres esqueletos con muy pocos huesos, todos ellos troceados y en muy mal estado de conservación. Y en 1884, León XIII emitía la bula “Deus Omnipotens”, declarando sin ningún rigor científico que los restos encontrados eran del apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Anastasio y Teodoro; y para reafirmarlo declaraba el año siguiente “Año Jacobeo extraordinario”. Los huesos encontrados, sin que se sepan a quiénes pertenecen, fueron colocados en urna de plata en la cripta de la Catedral bajo el Altar Mayor.

 

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