sábado, 25 de mayo de 2024

La moto de Gerio


 

 

El panadero Gerio Bonanova se había comprado una vespa con sidecar y en el sidecar portaba sacos de harina hasta su tahona, donde fabricaba los mejores bizcochos de soletilla y unos polvorones ovalados deliciosos que cabían enteros en la boca. Pero Gerio Bonanova tenía miedo a circular en moto. La estrenó coincidiendo con las fiestas patronales de aquel pueblo en honor de santa Margarita María de Alacoque, monja francesa perteneciente a la Orden de la Visitación, de la que se cuenta que tuvo en vida muchas apariciones del Corazón de Jesús. Aquel corazón místico estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y del interior emergía una cruz. Su fiesta se celebraba en aquella aldea el 16 de octubre desde el Concilio Vaticano II. Hasta entonces aquella celebración era un día más tarde, o sea, el 17. El cambio de una sola fecha, sobre el que las comadres decían aquello de “¡para el caso, de Tauste!”, nunca supo explicarla el párroco de un modo que los lugareños lo entendiesen. Pero las normas de la Iglesia católica no estaban hechas para ser entendidas sino acatadas sin rechistar. Siempre, cuando alguien le hacía una pregunta al cura sobre cuestiones de fe, éste se encogía de hombros en un vano intento de salir del atolladero misterioso. “No sé, yo soy un mandado”, les contestaba, de la misma manera que tampoco entendía por qué se había suprimido el manípulo, o que la misa en latín se hiciese en castellano y de cara a los fieles. Gerio Bonanova estrenó su moto el día grande de las fiestas patronales. Fue montado sobre ella hasta casi la puerta de la iglesia, la aparcó y no puso impedimento alguno a que algún vecino se sentase en el sidecar para probarlo. Pero al salir de misa mayor no calculó bien en una estrecha callejuela y el sidecar se rozó en una caricia como de monja contra una esquina de la taberna de Toni Alcanadre. Todo quedó en un susto. Toni salió con el trapo de limpiar vasos en la mano y acompañó a Gerio, pálido como la cera, hasta el interior de la taberna para darle un vaso de agua. Toni le explicó a Gerio por qué razón había calculado mal las distancias en la esquina de la curva. Se ofreció a acompañarle en un pequeño recorrido con la moto para que Gerio pudiese ver in situ dónde, a su criterio, estaba su error de cálculo. Éste aceptó y ambos se montaron, Toni conduciendo la moto y Gerio sentado en el sidecar. Con el motor en marcha, Toni le hizo saber a Gerio que para conducir una moto con aseo de esa cilindrada había que tener serenidad, mucha serenidad. Se puso las gafas de motorista y el casco protector, aceleró y todo parecía ir bien. Pero en un momento dado a Toni se le cruzó una avispa y éste intentó en vano espantarla con la mano. Con los aspavientos se puso nervioso, perdió el control de la máquina y se estampó de frente contra una tapia en la que había un rótulo grande que rezaba: “¿Voulez-vous bien manger? À sept kilomètres, à droite de la route, Restaurant Peñaflor ”, para que llamase la atención a los turistas que circulaban por la carretera general. Toni se dejó dos dientes y sufrió rotura del tabique nasal; y Gerio, por la inercia, sufrió una brecha en la frente por la que le brotaba mucha sangre. La moto y el sidecar quedaron destrozados. El boticario tuvo que ir con prisa hasta la farmacia en busca de vendas y esparadrapos, y el cura aprovechó para rociar a los heridos con agua bendita ayudado con el hisopo y recitarles unos gorigoris con voz entrecortada.  Los habituales clientes de la tasca de Toni Alcanadre seguían en el interior del bar ajenos  a lo que pasaba afuera,  apoyados en la barra de zinc bebiendo vino peleón, fumando tagarninas valencianas y cantando  a grito pelado “Pulida magallonera…”,  que, dicho sea de paso, nunca fue una jota aragonesa sino una “olivera”  (porque se solía cantar durante la recogida de la aceituna) y que recogió el darocense  Ángel Mingote en 1950 en su “Cancionero musical de la provincia de Zaragoza”. A los darocenses les dicen “retrecheros”, que es un adjetivo coloquial referido a aquellos tipos que con artificios disimulados tratan de evadir la confesión de la verdad. En tiempos, Daroca fue ciudad conocida como “la de los siete sietes” porque tenía siete plazas, siete conventos, siete ermitas, siete castillos, siete fuentes, siete iglesias y siete puertas. Gerio Bonanova era darocense de nación y se mondaba de risa cuando Melitón Puchades, alias Cracatoa, decía la palabra “Pamplona” tras haberse metido en la boca uno de aquellos selectos polvorones ovalados. De entre los labios le salía un humillo blanco y alcanforado como si fuese el prefacio de una gran actividad sísmica en su garganchón, que mitigaba sus efectos tras echarse al coleto un trago de mistela verde, elaborada con hojas de apio, algo importante a aclarar por existir mistelas de otros colores: púrpura, hechas con maqui chileno o zarzamora; rosadas perfumadas con rosas; rojas de guindas o de hojas de palto; moradas teñidas con jugo de betarraga (remolacha) y blancas con el añadido de licor de anís. Hay una veintena de mistelas de las que no se ha escrito suficiente y que algunos sansirolés que se las dan de entendidos confunden con el moscatel, que equivale a confundir el culo con las témporas.

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