sábado, 18 de mayo de 2024

Turismo invasivo

 


Leo una entrevista al escritor barcelonés Mauricio Wiesenthal donde éste afirma que “ahora la idea del turismo es invasiva, explotadora, la gente llega a un sitio sin interesarse por la gente, ni por lo que allí se hace, ni se come, ni cómo se vive, y el objetivo es llegar a un lugar, comprar cuatro cosas y convertir ese destino en una caricatura”. Nada comparable a aquellos viajes de José María Blanco White de principios del siglo XIX, claro. Los tiempos cambian. En España hoy ya no existe esa mezcla de libertad y recato de las mujeres, ni los pobres dicen “Ave María purísima” cuando solicitan ayuda (prefieren dar un tirón al bolso) ni se roban paisajes con la cámara fotográfica por tenerlo todo muy visto, ni nadie se asombra de nada por haber perdido la capacidad de asombro. Los turistas de todo pelaje llegan a este país y lo invaden masivamente como la mosca negra, porque resulta barato para ellos y les importa un carajo cómo se las arreglan los lugareños para alquilar piso a unos, médicos, docentes, o camareros disciplinados que son, a fin de cuentas, sus sirvientes. No pongo en duda que el turismo se ha convertido en la primera industria española (13% del PIB) pero es una industria deletérea que contamina más que una factoría de ácido sulfúrico.  En muchas ciudades esa sobrecarga de turismo de masas sobrevenido produce distorsiones difíciles de manejar, como los ambientales, el aumento de la inflación, la especulación en el sector hotelero, la desculturización con patrones distintos a los tradicionales, el agotamiento de recursos, la congestión de tráfico, el deterioro de fauna y flora, la contaminación arquitectónica, la masificación sanitaria, la creación de burbujas inmobiliarias que destruyen las costas (caso Benidorm) y la especulación de terrenos, el aumento del intrusismo (free tours) en detrimento de los guías turísticos oficiales, el aumento progresivo de pisos turísticos sin licencia, el vergonzoso ‘turismo de borrachera’ y las fiestas desenfrenadas a precio de ganga, etcétera. En resumidas cuentas, el Gobierno puede llegar a morir de éxito con esta ‘gallina de oro’, pero los ciudadanos podemos morir en la folla. No se puede arruinar un pueblo a costa de un Estado, como se pretende. Ignoro si el cambio climático (altas temperaturas y falta de lluvias) o las tasas turísticas que se desean imponer podrían dar al traste en esa próspera senda, que camino lleva, o que esa invasión se traslade del Sur al Norte para estropear lo poco que nos queda libre de horteras de bolera. Está comprobado que durante las olas de calor los turistas gastan menos. De cualquier manera, el éxito no está en saber cuántos turistas nos visitan sino en conocer cuánto gastan y en qué. Algunos empresarios del sector (los poseedores de hoteles de cinco estrellas) ya comienzan a cuestionar la ‘gentrificación’ descontrolada que estropea más que gasta; es decir, su deseo de pedir al pescadero merluza gorda que pese poco. Pero eso solo es posible cuando se manipula la balanza, o sea.

 

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