viernes, 31 de mayo de 2024

Pesadilla

 

 

Aquella noche tuve un sueño, quizás influenciado por la película “El gatopardo” que había visto días antes en televisión. Bailaba con Gloria, la chica pelirroja con la que pasé toda la noche en el pasillo del vagón de tren de Andalucía (ella iba de vacaciones a su casa Vejer de la Frontera y yo a Sevilla por cuestiones de trabajo). Era un salón enorme, lleno de gente vestida de gala. Un tipo con cara de suela de goma de zapato preparaba los cubalibres en una de las barras del ambigú; y otro, Canito, camarero del Café Criollo, pasaba entre el respetable una bandeja con canutillos y bombones de licor de la confitería La Flor de tilo. Valeriano, limpiabotas, cerillero y lector de El Caso, había dejado debajo de una mesa de velador retirada sus artilugios de faena y su batea de madera con el tabaco y las cerillas y se arrancaba con una milonga en un gran piano de cola. Doña Dorotea, viuda de un terrateniente, sentada en un diván rojo, se abría de piernas a cada mirada furtiva de don Litorio, dueño de una tienda de electrodomésticos con fama de tronera, y le enseñaba unos muslos apretados, muy blancos, y una braga negra de satén. Aquella señora, nacida en Alburquerque, casi en la raya de Portugal, tenía hechuras de hidalga, se adornaba el cuello con un collar de perlas y fumaba cigarrillos egipcios ensartados en una larga y estrecha boquilla de color lila. Por el cristal de la ventana de aquel salón asomaba silente entre visillos de cirros una luna llena de cara balumba y sonrisa perversa. Godofredo Zabaleta, empleado de Transfesa, trataba de enseñar sin éxito a otro tertuliano de pelo engominado y gafas “amor” no sé qué de Derecho Canónico, y una señorita muy pálida trenzaba con un tratante de ganado de Tudela un rigodón al más puro estilo Luis XV. Al despertar de aquella pesadilla me di cuenta de que todo era un disparate y de que los sueños mal dormidos evidenciaban la traición del subconsciente. Me había quedado frito en mi asiento del vagón del tren y un revisor me daba un toquecito en el hombro para que despertase y le enseñase el billete. Enfrente, una pareja de la Guardia Civil custodiaba a un preso al que habían esposado a la pata del asiento y que conducían al penal del Puerto de Santa María. Amanecía. Con los primeros relentes miré por la ventanilla. Aparecía ante mis ojos un paisaje árido y ribazos llenos de chumberas cerca de Villarrubia de Córdoba. Se podía apreciar el humo blanco que salía de una azucarera en plena campaña remolachera.  

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