jueves, 4 de julio de 2024

'Afusilarlos' a todos



Un conocido mío no muy ilustrado, pese a que se empapa de noticias con el papelín de su provincia en la tasca de su aldea, cada vez que hace referencia a la política y a los políticos dice tajante: “Habría que ‘afusilarlos’ a todos”.  Después se echa al coleto un sorbo de vino tinto peleón y sale silbando de la taberna camino de una era, donde se sienta un rato en un murete para contemplar las estrellas hasta que el sueño le descalifica. Se llama Godofredo Hijazo, aunque todos los vecinos de la aldea le conocen como Malacrisma. Alguna vez me he topado con él en El Tubo, en Zaragoza, hemos tomado un vermú en Bodegas Dalmau y charlado con un cierto sosiego siempre, claro está, que yo intentase no tocar ciertos temas que a él le desesperan. Malacrisma, cuando viene por Zaragoza siempre es por estar invitado a alguna boda. Y cuando sale del restaurante, se pone el mondadientes entre los labios y ya no se lo quita hasta que toma un correo de regreso. Este tipo me recuerda a Miguel Tellado, diputado del PP y sus desafortunadas declaraciones de hoy jueves a Antena 3. Contaba que “el Gobierno tiene medios para controlar las fronteras, que no está utilizando, así como las zonas marítimas por la Armada, en evitación de la llegada a España de migrantes ilegales, y que su obligación consiste en impedir la salida de cayucos de sus puertos de origen”. Ayer, Alberto Núñez Feijóo señalaba en Cascais la necesidad de implicar a la Unión Europea en la protección de la frontera sur dada la ‘incompetencia manifiesta’ y la ‘dejación de funciones’ del Gobierno de Pedro Sánchez y su Ministerio de Asuntos Exteriores”. Patxi López ha respondido indignado a las declaraciones de Núñez Feijóo: “Lo siguiente será bombardear cayucos  para  que no lleguen a las costas españolas”. La España que desea el PP es la de llegada de turistas en masa a hoteles de 5 estrellas que gasten mucho y molesten poco, que equivale a lo que decía una anciana pasiega: “Indiano allá, dinero acá”. A finales del siglo XIX y principios de XX aumentó la migración española a países americanos de habla hispana, muchas veces reclamados por familiares establecidos en esos lugares con negocios propios. Pero todos los emigrantes no tuvieron la misma fortuna y no encontraron en América mejor destino que la pobreza que a muchos les hizo regresar. Los que sí hicieron fortuna regresaron pasado el tiempo y construyeron en su “tierruca” casas señoriales rodeadas de jardines y palmeras, e incluso subvencionaron obras sociales de forma filantrópica. Lo de ahora es distinto. Los migrantes llegan, si no se ahogan en el mar, huyendo de sus países con una mano delante y otra detrás, y aceptan trabajos penosos que no desea hacer ningún español. Hasta en la España Medieval convivieron musulmanes, judíos y cristianos sin que hubiese un sentimiento xenófobo entre sus respectivos grupos. Digo más, bajo el Califato de Córdoba y las taifas los judíos alcanzaron sus momentos más esplendorosos. El caso de astures, cántabros y vascos fue distinto. Ni con el Imperio romano ni con los visigodos llegaron a integrarse. Permanecieron confinados en sus montañas y mal comunicados con la Asturias Augustana (León y Zamora) conservando su independencia y sus costumbres a cambio de no levantarse contra Roma. Pero con la decadencia imperial recobraron su espíritu guerrero, saqueando las regiones vecinas cuando sus cosechas eran insuficientes. Esa situación duró trescientos años hasta que dejaron de hostigar a la monarquía visigoda. No cabe duda que el Camino de Santiago, a partir del siglo XI, favoreció el asentamiento y crecimiento de nuevas poblaciones, también los intercambios culturales y económicos. La verdadera decadencia de España comenzó con la obligada diáspora sefardí, que siempre tuvo nostalgia de la patria perdida. Algunos judíos todavía conservan la llave de la casa de sus antepasados de Toledo. Aquel maltrato, donde se incluía confiscación de bienes y torturas inquisitoriales, nunca fue merecido. En la Corona de Aragón el tribunal inquisitorial venía funcionando desde sus mismos inicios como consecuencia de la difusión de la herejía cátara. El Concilio de Tarragona y el edicto real de Jaime I de 1233, dado a petición del papa Gregorio IX sentaron las bases de la Inquisición en la Corona de Aragón. Y los Reyes Católicos, en 1492, les dieron la puntilla.

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