viernes, 12 de julio de 2024

Hache y ache

 


En un periódico se puede permitir que se digan las mayores sandeces, siempre que el lector que ha pagado el diario las tolere. De hecho, ocurre. Pero lo que no se debe es confundir al lector con faltas de ortografía de libro. Me explico: hoy, en Heraldo de Aragón, a propósito de la espantada de Vox que dejará a Azcón a los pies del caballo, señala: Sánchez celebra la ruptura Vox-PP, pide a Feijóo derogar contrareformas”. Sin pretender hacer pedagogía, por ser aprendiz de mucho y maestro de nada, entiendo que lo adecuado hubiese sido redactar contrarreformas, ya que es obligatorio duplicar la erre al quedar esta entre dos vocales y pronunciarse con sonido fuerte. Me viene a la cabeza cuando en cierta ocasión envié un artículo a un diario conservador de tirada nacional y un tonto del haba, por llamarle de un modo suave, al pasarlo al ordenador añadió por su cuenta la octava letra del abecedario español; es decir, una hache a la palabra ermita. A ese redactor o redactora, que da igual su género, al que imagino que por ser en verano se trataría de un becario o becaria con nulo rodaje y serrín en el cerebro, que confundía el culo con las témporas y  la “ache” con la “hache” (que también se utiliza en primera, segunda y tercera persona del  presente de subjuntivo del verbo ‘hachar’ o cortar con hacha) dando por hecho que ignoraría que ache, en santería, es un poder especial que tiene  la deidad Orisha en la religión yoruba de África occidental, en la santería cubana y puertorriqueña y en el candomblé brasileño, y que su grafía depende según  la lengua en la que se hable: òrisà en  lengua yoruba, orisha, orishá, orixá u orichá en los países donde se habla español, y orixá en portugués. Los orishas, en cualquiera de los casos, son espíritus enviados por la máxima deidad, Olodumare, para llevar por buen camino a la humanidad y enseñarle a tener éxito en el Ayé (este mundo). O sea, parecido a lo que sucede en todas las religiones, incluso en la la católica. La diferencia es que en esta última, en la católica, no se enseña a tener éxito sino a sufrir con paciencia las adversidades de este mundo. Como dice la letra de una canción: "Las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas". Las "vaquitas" son, por poner un ejemplo bochornoso, esas inmatriculaciones (más de 30.000) llevadas a cabo en España en casi dos décadas por los obispos acogiéndose a una ley promulgada en tiempos de Aznar. Sé todos los cuentos, que ya solo asustan a los sietemesinos con hernia umbilical, a los meapìlas con fimosis y a las alcanforadas beatas de sacristía con olor a caries de portera. Pero, como decía, todas esas creencias africanas atávicas llegaron a América con la trata de esclavos. Pues bien, indignado, a la mañana siguiente me vi obligado a telefonear a la persona a la que aludía para bien en mi artículo, pidiéndole disculpas lleno de vergüenza por aquella falta de ortografía ajena que se había “colado” por un sansirolé con menos luces que un vagón de cola en el trabajo enviado. También se lo comenté a mi recordado amigo José Luis Aranguren Egozkue, dotado de un gran sentido del humor y por entonces compañero de columna en el mismo diario. A Aranguren, creo haberlo contado ya en alguna ocasión a los lectores, le hizo gracia y me indicó que no debía preocuparme la errata añadida por desconocimiento del idioma, que aquella hache inicial era el campanario de la ermita. Visto de esa manera me quedé algo más tranquilo aunque no menos indignado. A alguien que practica el periodismo se le debe exigir que no tenga faltas ortográficas, de la misma manera que a una estatua se le debe pedir que no se mueva. ¡Qué menos!

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