miércoles, 10 de julio de 2024

Morder o comer, esa es la cuestión

 


Leo en El Progreso, de Lugo qué platos son los más odiados por los turistas que llegan a nuestro país, más concretamente a Galicia. Entre ellos, lacón con grelos, caldo gallego, mejillones, arroz al horno, rosquillas, bocadillos de sardinas… La lista es larga.  Habría que definir a qué turistas se hace referencia en ese muestrario. No es igual que venga un chino que un francés, o un inglés que un eslovaco. Tampoco sus preferencias culinarias cuando se sientan en un restaurante. En demasiadas ocasiones se rechazan platos por desconocimiento. Es como si a mí me ofrecieran lagarto al horno en un restaurante coreano establecido en España. Posiblemente lo rechazaría de antemano. Comprendo, por tanto, que el lacón con grelos no esté entre las preferencias de un ciudadano del Turquestán ruso. Ante lo desconocido es mejor tocar madera. Además, es posible que ignore qué son los grelos, o sea, esos brotes florales bulbosos de los nabos ligeramente ácidos y ricos en calcio. No hay que confundirlos con las nabizas. Sobre grelos supo más que nadie Álvaro Cunqueiro, autor de “La cocina cristiana de Occidente” (1969) entre otras muchas obras. El lacón es esa parte grasienta del cerdo que comprende la piel y carne de la pata delantera, desde la rodilla hasta el comienzo del lomo. Lo del rechazo al bocadillo de sardinas es distinto. No cabe duda de que todos sabemos de qué se trata. Un  bocadillo, aquí y allá, es tan común como una bicicleta. Otra cosa es que no esté entre las preferencias de algunos turistas tiquismiquis. Posiblemente, si sus detractores probasen las sardinas ‘picantonas’ de “Albo” entre un trozo de pan de buena calidad cambiarían de opinión. No digamos nada si el bocadillo fuese de anchoas de Santoña en aceite puro de oliva, pescadas en primavera, saladas, exentas de espinas y maduradas en barriles durante seis meses. Eso ya es para poner los ojos en blanco. En fin, para gustos, los colores. En España se come muy bien y eso es lo importante. Los turistas no son cosa distinta a aves de paso que, en ocasiones, odian lo que admiran. Pero se les soporta, aunque cada vez menos, porque sus estancias equivalen al 13% del PIB en un un país peculiar, el nuestro, casi carente de otras alternativas y convertido en un país de camareros cabreados, especuladores, curas, pícaros, ganapanes y funcionarios. Ya lo dijo Quevedo: “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”.

 

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