lunes, 1 de julio de 2024

Un matronazgo inolvidable

 

 

En muchas ocasiones me he preguntado quién inspiró a Ravel su “Pavana para una infanta difunta” con la que tanto disfruto al escucharla. Después de mucho indagar, he sabido que se trataba  de Winnaretta Singer (1865-1943), princesa de Polignac tras su segundo matrimonio con el príncipe Edmond Polignac (1893-1901) compositor de muy escasa fama. Pero ella ejerció el mecenazgo de artistas y fue heredera de las máquinas de coser “Singer”, que casi todas las amas de casa españolas tuvieron en sus casas para hacer remiendos de sábanas y apañar vestidos y trajes. Aquella ilustre dama de nacionalidad norteamericana, había estudiado piano y órgano. Ambos eran homosexuales e hicieron vidas por separado. Ya le había avisado ella cuando se casó: "Si me tocas, te mato". Fue trampolín de muchas bailarinas y músicos en el ejercicio de sus carreras desde su salón en Venecia: Isadora Duncal, Albéniz, Falla, Rubinstein, Erik Satié, y otros muchos. De la misma manera, ayudó a diversas instituciones, como el Ejército de Salvación (una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal cuyo mensaje se basa en la Biblia y su misión consiste en predicar el evangelio  y cubrir las necesidades humanas en nombre de Cristo sin discriminación alguna). Tanto fue así que incluso llegó a comprar un barco, “Louise Catherine”, en memoria de Catherine Breslau (pareja de la pintora Madeleine Zillhardt)  para que sirviese de refugio a muchos bohemios y pobres en París. Aquel barco se hundió en el Sena en 2018 cuando esperaba a ser rehabilitado. En los primeros días de julio de 2004, la editorial Chester, de Londres, publicó “El retablo de maese Pedro”, de Falla “como homenaje devoto a la gloria de Miguel de Cervantes” y dedicado a la princesa de Polignac, nacida en The Castle, cerca de Nueva York. Cuando, a mediados de 1878, Isabella Boyer (madre de Winnaretta) decidió regresar con sus hijos a París, su ciudad natal, la capital francesa se preparaba para la Exposición Universal que celebraría ese año, instalándose la cabeza de la Estatua de la Libertad (Lady Liberty), recién terminada por Frédéric Barthold y expuesta en el Campo de Marte. En 1901, Winnaretta se quedó viuda a los 36 años. A partir de entonces, ella siguió como mecenas de artista y en el salón de música de su palacete parisino, en la Avenida Henri Martin, acogió innumerables veladas musicales hasta 1939.También acudían a sus veladas novelistas de la talla de Cocteau y Proust. Como decía, se casó dos veces, la primera para huir de los malos modales de su padre, tras haber recibido a la muerte de éste una herencia que había compartido con sus 24 hermanos, aún así nada desdeñable. Se casó a los 21 años con  el príncipe  Louis de Scey-Montbéliard. Se separó de él cinco años más tarde. Un año después, el conde Robert de Montesquiou, personaje parodiado en “En busca del tiempo perdido”, que sabe de su lesbianismo, le aconseja casarse por conveniencia con un hombre gay y así servirse mutuamente de tapadera. Pero ella no desea volver a casarse. Hasta que en una subasta, ella gana la puja por uno cuadro de Monet, “Campo de tulipanes en Holanda”. El otro pujador era el príncipe Edmond de Polignac,  que se convertiría en su segundo marido en 1893. En uno de sus salones tocó junto al pianista catalán Ricard Viñes el “Prélude à l’Après-Midi d’un Faune”, de Debussy. Tradujo al francés el “Walden” de Thoreau, dejando atrás a Proust, que también perseguía el proyecto. Y financió excavaciones arqueológicas en Grecia, cuya lengua griega dominaba a la perfección. 

 

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