viernes, 5 de julio de 2024

Carrera de pollos

 

 

                                      

 

  Que uno, escucha, se me antoja que ha de ser imparcial  y no sentir predilección  por ninguno de los participantes en  la carrera, que el sol sale para todos,  para los cristianos viejos, para los conversos y para los inicuos, que aquí nadie escapa incluidos nosotros dos, de  escuchar cómo rascan las tripas y cómo parece que las afilasen con arco de violín, y todo por la puñetera gazuza terca y traicionera. Es de fácil comprensión, Perico, amigo mío, que los siete corredores aquí presentes, que son como los Siete Niños de Écija, o los Siete Pecados Capitales, o los Siete Veces Siete Sietemesinos Castrados que forman un coro de almas en pena en la fila de una redención que no llega jamás, no compiten por mor de la afición, ni por  el vicio impenitente de destacar, que lo intentan, supongo, y supongo bien,  por cumplir con el aseo de acercar a casa algo que yantar sin tener que ser tomado en corral ajeno para dar cumplida cuenta a una necesidad acuciante, como recalca el mosén que manda Dios Nuestro Señor, que todo lo ve.

            ¿No observas la cara de suela de  alpargata que asoman?  Pareja al retrato que nos pintaría Goya a nosotros dos, a los que nos clarea la hambruna de tanta salsa de san Bernardo y de  la  perenne  bula de carne;  así,  de cuerpo entero y quedando bonitos para la posteridad, que hoy sería menester que nos mirase el foráneo que come caliente la sopa de convento dos veces si quisiéramos por él ser saludados; tan enflaquecidos, Perico, amigo mío, como cuentan de la magrura del caballo de don Quijote, al que se le podía contar naipe, o como apunta maneras don Gerásimo Monfort, el maestro de escuela,  al que  se le  sale del cuello el corbatín, o como rumbea la acecinada espina de santa Lucía, o  como cimbrea la galana y sutil hoja de culantrillo. Estarás conmigo en que apretar a correr a revienta cinchas y dejar atrás los cierzos a campo traviesa es la solución acertada en estos casos para los aspirantes a la máxima recompensa.  Me dirás, compañero, que el ganador no lo será tanto como para bañarse en agua de rosas, pero sepas que sí se sentirá capaz de tirar lanzas a tablado en sus particulares saturnales. Tres pollos de corral, o aunque fueren un trío de gallipavas, o de pintadas,  guisados al estilo de  Ángel Muro,  puede  constituir auténtico  placer de dioses. Nada comparable a las cordillas que  guisa la  tabernera del bar Dorita, ese bodegoncillo de puntapié, ni a las chanfainas de bofes y livianos picados, que tanto gustan a los del lugar  pero que para mí, y eso no se lo cuentes a nadie porque me pueden lanzar  corito al abrevadero,  son simples piltrafas y  sólo  pitanza de gatos.

            En la explanada,  denominada  Plaza de José Antonio, espera  un rabo de  vecinos la llegada de las fuerzas vivas, que ya  asoman por la Calle Mayor: el alcalde, los concejales,  el secretario, el juez de paz, el señor Rosario, el médico, el jefe de la Estación, el párroco, dos monaguillos con la cruz procesional y un incensario, los cofrades con la peana de santa  Bárbara, unas beatas con escapulario y propensión a la falta de aseo, Mingorance, el alguacil, portando el palo vertical con los  seis pollos  de corral atados en el extremo superior, Ricario, que  lanza los cohetes, la  banda de música, la chiquillería con los pitos y las flautas,  la pareja de la  Guardia Civil,  y el tonto de solemnidad, que intenta poner orden. Un cohete, encendido con la punta de un cigarro farias, se desvía en posición  horizontal  y explosiona en el lateral de una  casa,  justo en el sombrero de un caballista que anuncia Nitrato de Chile. El  vecindario  se ríe y don Gerásimo  Monfort reprende al pirotécnico Ricario su falta de  tino. 

            El panadero, que se ha hecho rico fabricando los insuperables bizcochos de Calatayud, estrena vespa con sidecar y  le aplica los últimos toques de limpieza ante la concurrida clientela. Luego arranca suavemente portando de paquete a  su  mujer, que  lleva todo el oro alemán puesto.  Las fuerzas vivas  se acercan ya  a la altura de la fuente de cuatro caños, inaugurada dos años antes por Pardo de Santayana, eterno Gobernador Civil  y Jefe Provincial del Movimiento, al que acompañaba un tal Molinero, entonces alcalde de Ateca y procurador en Cortes. El panadero, que además de los sabrosos bizcochos de Calatayud produce en su obrador unos exquisitos polvorones y unas mantecadas de Astorga, que envía a diario a Astorga para su distribución y consumo, y unos sobaos pasiegos que sirven en el santanderino Sonderkláss de Puerto Chico, toma cerrada la curva de la calle Calvo Sotelo, semiesquina a Estudiante Caído, derrapa, y ambos cónyuges sufren un serio   episodio traumático.

Los siete corredores pedestres siguen en paños menores esperando acontecimientos, cobijados en un chamizo que alberga aperos de labranza. La banda suena más  próxima y un segundo cohete retumba en un cielo brumoso. Todo está a punto  para dar comienzo.

            Minutos más tarde  las fuerzas vivas se han colocado sobre unos remolques de tractor  adornados con banderas españolas, la banda ha cesado de tocar y el médico se ha ausentado para poner unas vendas y unos esparadrapos en la cabeza del panadero. Su esposa ha resultado ilesa, aunque se ha pringado de barro.  El cura  acaba de bendecir a los pollos que porta el alguacil y los corredores están  en fila y a la espera de recibir instrucciones.  Son siete, como los Siete Magníficos: Luis Arceniega Galero, alias Churrín, 32 años,  churrero de profesión, natural de Valtorres, soltero, y con la madre enferma de  caquexia.  A lomos de una bicicleta vende porras y churros que siempre llegan fríos  por los pueblos cercanos a Calatayud; Isidro Peirón Arbolán, alias Botafogo,  bilbilitano, 30 años, caracolero, casado y sin descendencia. Al igual que Churrín, durante los meses de verano vende  mantecado helado,  revestido de chaquetilla blanca por los pueblos cercanos, al grito de “helado rico”; José Arnedo Pechora, alias Espartaco, de Munébrega, 27 años, dos hijos y en lista de espera para el tercero, que dice llegará para santa Águeda, o sea, cuando su mujer salga de cuentas. En Calatayud es muy conocido por ser hábil recortador de vaquillas en las fiestas de san Roque. En cierta ocasión, para la Feria, Curro Romero le brindó un toro “colorao” y ojo de perdiz que dio buen juego; Cástulo Pomed Gonzalvo, alias Senegal, 29 años, ayudante de cocinero en el Restaurante Goya, de Ateca. Casado y con dos hijos. Es  moreno hasta la grosería y entiende mucho de setas que busca  afanosamente en la Sierra de Pardos en los lluviosos días de comienzos del otoño; José  Jiménez Jiménez, alias Chumino, gitano gótico, sin domicilio fijo, temporero en el campo, cuatro hijos y a punto de recibir al quinto, que no hay quinto malo, dice que para el Domingo de Ramos, que ya es precisar, si se tiene en cuenta que  Chumino no tiene ni idea de cuando cae la Semana Santa, si en marzo o en abril, que ello depende de la primera luna llena tras el  equinoccio de primavera. En la actualidad trabaja  para  la hacienda del señor Rosario, terrateniente y mantenedor de las carreras de pollos de santa Bárbara,  quien se hace cargo de financiar la cohetería y de aportar desinteresadamente dos hermosos ejemplares de gallo capón de corral enviados a portes debidos desde Villalba, en la Provincia de Lugo. A cambio de ello, el señor Rosario tiene reclinatorio en lugar preferente y al lado del Evangelio en la parroquia, además de tener derecho a que se diga una misa semanal en su beneficio exenta de pago; Julio Bonet Negre,  alias  Polaco, natural de  Sant Boi, afincado en Terrer y dedicado, como  Chumino, al cuidado de las tierras del señor Rosario. Arrimado a Carme Rius i Buñols, ya ha recibido varios avisos del cura para que legalicen su pecaminosa situación de amancebamiento, pero Polaco siempre le dice la misma cantinela, o sea, que en este país no se admite el divorcio, y que él es un hombre casado con otra mujer, y que ella es una mujer casada con otro hombre; y, por último, Pedro Terrón Mier,  alias Alí, guardacoches del Restaurante Roma,  17 años, soltero, y que tiene un montón de hermanos. Viven con sus padres  en una casilla de  peón-caminero en la N-II.

            Durante el largo maratón, Churrín se raja por un flato, se sienta y apoya su espalda en la tapia del cementerio. Comienza a llover. Un poco más tarde, Botafogo se disloca un tobillo en la misma curva  en la que minutos antes había volcado el panadero, cuando está siendo muy vitoreado por la afición. Se echa a llorar. Las autoridades se bajan de los remolques y se instalan  apretados en el guariche donde antes estuviesen los corredores y la peana del santo, y algunos cofrades penetran en casas particulares, la música desaparece y el vecindario atora el bar Dorita.  Por la plaza de José Antonio pasa  cansado y en su quinta vuelta Espartaco, seguido de Senegal. A dos minutos de diferencia pasa Chumino y a medio minuto de éste entra Polaco. Alí, siete minutos más tarde, entra andando. Se acaba de desinflar y abandona. La lluvia arrecia. Se está haciendo de noche. La batalla está entre los cuatro. Hace mucho frío. Sólo falta una  sexta vuelta al pueblo. La niebla se espesa. Ricario sale  y lanza otro cohete volador pero ningún vecino regresa para ver el final de la carrera. Las autoridades también se cansan. Se marcha cada uno por un lado. En el centro de la plaza queda Mingorance con el poste y los pollos colgados, que ya parecen estar congelados. Entra primero a la meta Espartaco. Minuto y medio más tarde lo hace Polaco. Esperan junto al alguacil la llegada de los otros dos. Al cabo de cinco minutos aparece Chumino. Senegal llega andando  casi un cuarto de hora más tarde. Mingorance corta la cuerda y entrega los trofeos a los ganadores. Éstos desaparecen entre la niebla ya vestidos y abrigados. Mingorance penetra en el cuchitril abandonado por las autoridades, saca una pluma estilográfica y comienza a levantar acta en un  bloc  de papel cuadriculado. Primero Espartaco: tres pollos;  la tinta azul de su pluma comienza a escribir de color rojo; segundo, Polaco: dos pollos; tercero, Chumino, un pollo... En ese preciso instante, como antes profetizara Antonio Fernández Molina en   Sombras chinescas”, la tinta deja de salir y la pluma se queda exangüe.

            Senegal se pone a caminar  hacia Ateca  por la N-II ligero de equipaje en medio de un diluvio que no cesa. En el pueblo el silencio sólo es roto por el lejano sonido de unas destartaladas mercancías que porta carros de combate y soldados de maniobras como si fuesen ovejas.

            Ya lo plasmó Cela en “Garito de hospicianos”: “Pelear contra el hambre con el hambre es algo bastante parecido a querer matar toros embistiendo”.

 

 

 

 

 


 

 

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