sábado, 13 de julio de 2024

Mascando paloduz

 


Un escritor aragonés residente durante muchos años en Caspe, Juan J. Bañolas, autor de “El apego a la vida”, aseguraba que todas las enfermedades se reducían a cuatro: pasmos, sustos, debilidades y ardores. A mi entender, la mejor manera de poder opinar sobre aquellos escritores aragoneses de una determinada época, hoy por desgracia casi olvidados, nada mejor que refrescar la memoria con un breve ensayo de Pedro Montón Puerto, “Una aventura editorial: la novela de viaje aragonesa”.  (Institución “Fernando el Católico”. DPZ). Montón guardaba en su biblioteca casi todos los “cuadernos novelescos” aragoneses impulsados desde 1925 por Arturo Gil Losilla, a precios muy populares, donde se contó desde el primer momento con importantes soportes publicitarios de la clase médica, de marcas de de coches, de vinos jerezanos, etcétera. Cuenta Montón: “En su ´A manera de prólogo’: “La dirección del nuevo periódico literario, tras señalar que se halla patrocinado por la Agrupación Artística (de la que era presidente don Juan Sala), hace profesión de fe, declarando que tiene el proyecto, contando con el apoyo de todos, de hacer una labor de puro aragonesismo”. Fue una manera de imitar los éxitos que en Madrid tenían por aquel entonces “El cuento semanal”, “La novela corta”, “El cuento popular”, “La novela del sábado”  y otras muchas publicaciones de parecido estilo cuyos éxitos comenzaban a declinar. La lista de colaboradores fue larga. En el número 10 de ”La novela de viaje aragonesa” , editada en los talleres de Heraldo de Aragón, apareció en 1925 Juan J. Bañolas con su novela “Camino de la adversidad”, ilustrada por Antonio Cano y Octavio Castro Soriano. En fin, por estos pagos sedientos aragoneses donde no hay más cera que la que arde todos nuestros males se reducen a cuatro: pasmos, sustos, debilidades y ardores. El resto de achaques son, si acaso, daños colaterales sobrevenidos que mitigamos con gori goris y rociadas con agua bendita de hisopo. Nuestros arrebatos,  pavores, desnutriciones y arrojos son el fruto de nuestra monegrina herencia y se disipan con un réquiem en gregoriano y mascando paloduz en noches de plenilunio sin necesidad de tener que recurrir a las fórmulas magistrales de rebotica.

 

No hay comentarios: