martes, 9 de julio de 2024

El picante de los chiles

 


A Jeremías Maroto Bordalba, alias Golondrino, le deleitaba la cocina mejicana, que había visto comer en las películas sobre camisas mojadas a uno de los lados de Río Bravo. Ese bodrio que siempre comían los cuatreros que, en su huida, lograban poner los pies en Ciudad Juárez sin poder ser atrapados. Valentina Yedid, una amiga que se había llevado a Ariza en el ómnibus Arcos y que había conocido  en una de sus visitas al "Oasis", le preparaba a Golondrino desayunos a base de huevos rancheros con tortitas de maíz y salsa de tomate con ají y chiles colorados. A Golondrino le gustaban las comidas muy picantes. Valentina Yedid le había contado que los insectos están detrás del picante de los chiles. Por aquellos años sabían solo unos pocos que una sustancia que segregan los chiles les defendían de un hongo microscópico, que podían penetrar en su piel a través de los rasguños que causaban los hemípteros. También, destruir sus semillas. A todos los guisos le echaba Valentina Yedid cayena y una pizca de tabasco a falta de chile mulato, chile ancho, chile chipotle, todos ellos necesarios para acompañar al cacahuete, la piña, el plátano, la canela, la almendra y el chocolate, un chocolate muy caliente que los mejicanos se llevaban al cementerio. Los difuntos no podían comer con los vivos, pero se bebían el vapor que salía de la tartera, como hacían los de Oaxaca de Juárez el Día de los Muertos, que para los oaxaqueños y para todos los mejicanos era una fecha señalada, tan marcada como la Navidad, o puede que más aún. La cayena y el chile no debían servir para restregar con ellos el ano ni de Golondrino ni de nadie, ni siquiera para hacer untos sobre las almorranas. Sólo bastaba con el uso de las ramas de zumaque. Y todas esas cosas se las contaba Valentina Yedid al gachupín Golondrino mientras éste, con la ayuda del sidol, sacaba brillo a sus espuelas de cinco muelas. Golondrino escuchaba silente a aquella chamaca que había llegado a España no sabía cuándo, pero que le aligeraba la soledad los días y las noches. Los gachupines tenían su origen en el apellido hidalgo ‘Cachopines’ de Laredo. Durante la insurgencia de 1810 contra el dominio español ‘gachupín’ fue un  sentimiento de rechazo hacia lo español por el resentimiento colonial. En el ‘Diccionario de Autoridades’ de 1729 se definía como “español que residía en las Indias”. En Perú les llamaban ‘chapetones’. El novelista Antonio Alatorre, autor de “Los 1001 años de la lengua española”,  publicada en 1979, señaló la influencia de la obra “La Diana” (siete libros) de Jorge de Montemayor de 1557, en la creación literaria del término.  El análisis etimológico ha explorado conexiones con el ‘náhuatl’, sugiriendo que ‘gachupín’ podría derivar de las palabras ‘cactli’  y ‘tzopini’, que juntas aludirían a los españoles como “los que llevaban espuelas”.”La Diana” habla sobre los amores entre y una pastora (Diana) y el pastor  Sireno en las riberas del río Esla, en León. El libro se publicó en 1579 (Valencia. Imprenta de Pedro Patricio Mey). Cervantes conocía la obra de Montemayor y escribió sobre ella en El Quijote (1,6):

 

"Estos, dijo el cura, no deben de ser de caballerías, sino de poesía; y abriendo uno, vio que era la Diana, de Jorge de Montemayor, y  dijo (creyendo que todos los demás eran  mismo género:) estos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni         harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento, sin  perjuicio de tercero. ¡Ay, señor!, dijo la  sobrina. Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y  tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Verdad dice esta doncella, dijo el  cura, y será bien, quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante. Y pues comenzamos por la Diana de Montemayor, es de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos lo versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros”.

 

En fin, quería haber seguido contando cosas de Jeremías Maroto Bordalba, alias Golondrino, y he terminado haciendo mención a Jorge de Montemayor y a Cervantes. La llegada de Valentina Yedid a Ariza ha cambiado el ritmo de mis ideas. Pero he añadido para conocimiento del lector que gachupines eran “los que llevaban espuelas”, como Jeremías, que las usaba de cinco muelas. Aquí lo dejo. Queden ustedes con Dios.


 

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