sábado, 13 de julio de 2024

Sonidos negros

 


Uno, que ya tiene una edad, recuerda con nostalgia a los sufridos guardafrenos, aquellos padres de familia numerosa que hasta bien entrada la década de los 60 del s. XX viajaba encaramados en minúsculas garitas de los vagones de los mercancías. Se apeaban  en todas las estaciones para estirar las piernas y beber agua de búcaro en la oficina del factor de circulación. Más tarde, en el andén, esperaban como quien ve llover a que arrancase el convoy. Pasando el tren delante de ellos ya a considerable velocidad, tomaban carrerilla y saltaban al pescante con la destreza de un torero brincando al olivo apretado por un  pablorromero con hechuras de pocas bromas. En la ruidosa y traqueteante garita, que parecía un confesionario, tal vez hiciesen acto de contrición y propósito de enmienda, o leyesen el “7 fechas” con noticias enlatadas como los tomates en bote. Un conocido, Mateo Hurtado, había sido guardafrenos de la Renfe y seguía siendo sevillano de nación, de la calle Matahacas, la más larga del mundo pese a que no supera los 100 metros de longitud, La razón era que conectaba con la calle Luna (ahora Escuelas Pías) y con la calle Sol. El nombre  de la calle está relacionado con un matadero de equinos que allí existía. Hacas hace referencia a caballos de poca alzada. De ahí, “mata-hacas”. Pues bien, Mateo Hurtado buscaba en las basuras botes de tomate para quitarles los nervios y hacer con ellos capillitas de cristos, vírgenes o santos con la ayuda de un pequeño tornillo de banco y unos alicates de dos puntas. Los retorcía en forma de “eses” como si fuese forja, le añadía dos farolas y conseguía resultados extraordinarios. Yo tengo una de esas capillitas con un Corazón de Jesús entronizado como si fuese el rey de la casa. “Ubi caritas, Deus ibi est!”. La verdad es que, como no sabía dónde colocarlo, aproveché una escarpia que había en la pared de mi dormitorio y allí lo colgué hace ya un montón de años. Intenté regalárselo a mi hija pero ésta no quiso hacerse cargo de la “pequeña obra artesanal” de estilo andalusí. Un día, en una tienda de marcos de cuadros pedí que me cortasen unos cristalitos para poner en los faroles, que ya contaban con unos canalillos para ajustarlos al estilo de los canales de los plumieres, o de la caja donde guardo el dominó. Mateo Hurtado había sido guardafrenos, hacía capillitas con nervios de botes de tomate, sabía mucho de cante y estaba convencido de que, como decía el gitano gótico Manuel Torre, “to lo que tiene sonios negros tiene duende”. No sé, no sé…

 

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