martes, 23 de julio de 2024

Los adalides del bulo

 

Luis María Anson, en La Razón, en su artículo “Los periódicos de la insidia” hace referencia a lo que él llama “los curanderos del periodismo”, que lo emponzoñan todo. Uno de los mejores periodistas que  he conocido, aunque no en persona, Manuel Martín Ferrand, decía que “periodista es todo aquel que escribe en un diario y cobra por ello”. Porque dentro del periodismo existe un amplio arco: desde el serio profesional que analiza asuntos nacionales e internacionales con rigor, hasta el que se gana la vida con lo que yo llamo “asuntos de la bragueta”, es decir, los que se pasan las horas destripando la vida privada y los milagros de personajillos de las farándula que muy pocos intelectuales conocen. Por otro lado también hay escritores de “butacón” que escriben páginas enteras analizando temas diversos desde su subjetivo prisma  a modo de ensayo. Estoy pensando, por ejemplo en aquellos serios próceres que, por el hecho de ser académicos de la RAE, entienden que lo que ellos escriben va a misa, o en los corresponsales de pueblos que envían crónicas a la prensa local contando cómo van las obras del tejado de una ermita en un secarral financiadas por los vecinos y la diócesis a partes iguales, o cuántos ancianos se juntaron un una comida en el antiguo teleclub para celebrar a su patrón, san Exuperio. Pero tanto, en la prensa de papel como en la digital existe un apartado que se llama “Opinión”, donde la dirección ficha a determinadas personas para que cuenten lo que les venga en gana siempre que no se desvíen de la línea editorial, o reciben artículos de opinión de agencias, que pueden leerse en cualquier medio de la misma empresa editora. Por tanto, de alguna manera no es lo mismo ser licenciado en Ciencias de la Información que ser periodista. Yo me quedo con los segundos, con los que saben escribir, que no es nada fácil. El articulista de prensa tiene una ventaja sobre el redactor, ya puede contar lo que se le ocurra. El redactor, en cambio, debe limitarse a transcribir unos hechos acaecidos sin añadir nada de su cosecha, puesto que su labor no es la de opinar sino la de informar. No hace falta que Anson cuente que un curandero no es un médico. Eso ya se sabe. Pero si los raros métodos utilizados por un algebrista o un sacamuelas sanan o mitigan el dolor, bienvenidos sean. Anson pone la guinda a su pastel: “En la Rusia estalinista, en la Italia mussoliniana, en la España franquista, en el Portugal de Salazar, unas docenas de periodistas lucharon, con riesgo de persecuciones y exilios, en la búsqueda de la verdad porque es la verdad la que nos hace libres”.  Pues bien, le recuerdo a Anson que en la España de Franco se concedieron muchos carnés de periodismo a “gente del Régimen” de escasa preparación intelectual, cuya única misión consistía en censurar con lápiz rojo y controlar las cabeceras de la llamada “Prensa del Movimiento”.  “El periodismo de la insidia -sigue contando Anson- es un cáncer que amenaza con la metástasis. Los adalides del bulo asaltan la intimidad de las personas, vulneran la Constitución, inventan lo que les viene en gana, convierten la comunicación en un patio de vecindad, estimulan el más cutre cotorreo, se orgasman con la calumnia y lo emponzoñan todo”. Sí, en eso estamos de acuerdo.

 

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