viernes, 30 de agosto de 2024

El pollo no tiene la culpa

Estoy convencido de que los mejores artículos son los que salen al correr de la pluma (cálamo currente) y sin excesiva reflexión. Hay cosas que si el escritor las piensa mucho, le sale un pan como una oblea. Estoy harto de leer artículos de prensa, sobre todo en periódicos localistas, que son un rosario de lugares comunes tendentes a que su autor pueda “salir en los papeles” por pura egolatría, aunque estén carentes de interés. Pongo un ejemplo. Hoy en Diario de Teruel, cuenta Raquel Fuentes: “Así como pasan los años las vacaciones se alejan más del concepto de eternidad con el que se veían en la infancia y se acercan al de suspiro. Un visto y no visto en el que hemos pretendido desconectar, descansar, divertirnos, reencontrarnos con pareja, familia y amigos, viajar, reconectar, leer, no hacer nada, practicar deportes de riesgo, tomar el sol, cocinar, ver puestas de sol, conocer chiringuitos y restaurantes, bailar, rebozarse en arena, conocer algún lugar nuevo, volver a casa, ir a las fiestas del pueblo, vivir un amor de verano o conocer al hombre de tu vida… entre otras expectativas”. Todas esas cosas no dejan de ser de una vulgaridad aplastante. Sabernos que las vacaciones duran poco en casa de aquel que es escaso de recursos, que de lo que se trata es de adquirir morenez en la playa (que es gratis) y, más tarde acudir a las fiestas del pueblo, para el que tenga pueblo al que acudir, y ser el orgullo de los lugareños que están más morenos si cabe, pero de otro moreno distinto, nada yodado, el que se adquiere ayudando en las faenas del campo. Por lo general, el columnista de periódicos provinciales y provincianos, no se “moja” en temas que podrían comprometerlo y deben ser otros los que lo hagan. Aragón cuenta con más de 60.000 funcionarios y una gran parte de ellos están en Teruel, al ser capital de provincia. Por otro lado, Diario de Teruel pertenece a la Diputación Provincial, con lo que la publicidad institucional de ese diario retorna ese organismo. Yo me lo guiso... Alegaron, al expulsar de la dirección y del diario a Chema López Juderías, que ese periódico arrastraba importantes pérdidas. Y pusieron a otro director, además con función de gerente, a un tal José Ramón Vicente Casino, con miras a que diese un giro copernicano y pudiese reducir el déficit acumulado en la parte que le tocaba, en la conducción de ese diario. No dudo de las capacidades del nuevo director-gerente para dirigirlo. Profesionalidad se le supone. Pero, ¿cree Joaquín Juste, presidente de la DPT, alcalde de Lidón y militante del PP (que asumió el cargo con la ayuda de Teruel Existe y el Par) que todo va a cambiar en algo? En una entrevista en ese diario (18/07/23) señalaba Juste: “Estos últimos cuatro años se han podido ejecutar inversiones porque había un remanente potente de más de 25 millones, pero a partir de ahora que ya volvemos otra vez a tener deuda, a no tener remanente y que, seguramente, a partir del año 2024 las normas fiscales se van a modificar, va a ser más difícil salirnos de la senda de la ordenación económica. Al final para vivir en el territorio se necesitan servicios y los servicios llegan a través de las comunicaciones”. Si, y de la buena gestión de los encargados de administrar el dinero de todos. Al preguntarle sobre la situación económica de la Diputación, contestó: “Cuando Carmen Pobo llegó aquí en 2011, la deuda de la Diputación estaba en torno a los 67 millones de euros, muy por encima de lo que es un presupuesto ordinario. La situación era complicadísima, hubo que hacer muchos ajustes, esfuerzos y renuncias, pero en ocho años pasamos de esos 67 millones de deuda a tener tanto remanente como deuda. Fueron cuatro años de gobierno de Carmen Pobo y cuatro de Ramón Millán, del Partido Aragonés, en el que el Partido Popular estuvo de vicepresidente. Si hubiéramos amortizado en 2019 hubiera quedado la deuda a cero, no se hizo porque la penalización por amortización anticipada era mayor que los intereses, por tanto no era económicamente viable, pero el dinero estaba. Ahora volvemos a tener deuda ya, ese dinero se ha gastado y se mantiene la deuda que dejamos  más algo más de seis millones de euros de préstamo que se sacó en esta legislatura. No es la situación del 2011, pero no es buena”. Con esos mimbres no puede hacerse un buen cesto y Joaquín Juste lo sabe. Y la primera solución de emergencia, aunque infantiloide, ante el acumulado déficit fue matar al mensajero. A J.R. Vicente Casino, al que no conozco, le diría que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. Los políticos tienen la costumbre de poner en marcha el ventilador para neutralizar  reproches. Por todos es sabido que hay dos formas de enfrentarse a las críticas: argumentar para desactivarlas, o encender el ventilador para que la mierda salpique tanto que te haga menos visible. Matar al mensajero viene de antiguo. Ya en “Vidas paralelas” cuenta Plutarco, historiador y filósofo griego, que, cuando un mensajero llegó con la noticia de que se acercaba Lúculo al frente de un poderoso ejército causó tanto disgusto a Tigranes, emperador armenio, que ordenó que le cortaran la cabeza. Nadie más se atrevió a decirle que la guerra se iba perdiendo por temor a correr la misma suerte. Me viene a la cabeza el chascarrillo de aquella mujer que le dijo al marido: “Mañana voy a matar un pollo por nuestro aniversario de boda”. Y le contestó el marido: “¿Y qué culpa tiene el pollo?  Mata a tu primo, que fue él que nos presentó”.

jueves, 29 de agosto de 2024

El peor de los silencios

 

 

Llevo un  par de días sin que se me caliente la tecla del ordenador y prefiero leer lo que comenta la prensa local sobre las fiestas de los pueblos dispersos:  tomatinas, procesiones de santos patronos, novilladas en plazas de tercera, encierros,  paellas que los ayuntamientos sirven en los pabellones a los ancianos, pitos, flautas y demás lindezas.  Como decía en 1939 la canción de Francisco Canaro: “No hay tierra como la mía / y esta milonga les canto…”. La gente vuelve a los pueblos en un intento desesperado de volverá sus raíces infantiles, o al útero materno, que ya no sé. Y vuelven, aunque sea una vez al año por caminos impracticables a muchos lugares ya despoblados, como es el caso de Otal, en Huesca, coincidiendo con la fiesta de san Ramón Nonato, hoy pedanía de Broto. En 1845 Otal, que dista 38 kilómetros de Ainsa y está situado a 1.465 metros de altitud, pasó a formar parte de Basarán; a principios del siglo XX Barasán se integró con Bergua en un solo municipio, y en los años 60 pasó a ser parte de Broto. En Otal todavía queda en pie la iglesia mozárabe de san Miguel, del siglo XI (declarada de Interés Cultural por la DGA), donde ya no se rezan misas en su interior el día del patrón por temor a que pueda derrumbarse la cúpula o parte de su techumbre. Por otro lado,  al Ayuntamiento de Broto no le trae cuenta hacer una pista de cuatro kilómetros, necesaria  para llegar a Otal sin caminar por pedregales y maleza. No le ha interesado nunca a ese municipio  acometer tal arreglo por evitar un asentamiento de población que le acarrearía gastos en servicios (agua, luz eléctrica, etcétera), pero sí le importan los pastos y el leño de su término, en el Sobrepuerto, que al Ayuntamiento le producen riqueza. A los aragoneses hay que conocerlos a fondo para poder entenderlos. Como muestra, siempre recuerdo una conversación a voces entre dos pastores distanciados a la hora de comer. Uno le gritó al otro: “¿Comemos ya?”, y el otro le contestó: “No te oigo”. Volvió a insistir : “Digo que si abrimos la alforja”. El otro le constó a su pregunta con otra pregunta: “¿Cuál, la tuya o de la mía?”. La respuesta del compañero  fue contundente: “Mejor comemos de la tuya, que no te oigo”. Como señalaba  Mariano Carreras Cabrero, director de la revista ‘El Gurrión’, “solo en la provincia de Huesca hay centenares de despoblados en ruinas. Hay algo, generalmente común  a todos ellos, y es el espeso silencio que uno percibe al recorrer el espacio que ocupan los restos caídos de lo que un día fue una estructura para la vida autosuficiente. Y de aquella autosuficiencia bien pensada y trabajada se pasó, por avatares del progreso al abandono masivo y, finalmente, a la ruina”. En Otal, el próximo día 31 habrá fiesta: misa, comida compartida, bailes al son de las dulzainas, camaradería, recuerdos… Y en la atardecida volverá el silencio mudo, el más atroz de los silencios.

 

martes, 27 de agosto de 2024

Los cayucos, espejo de nuestra mala conciencia

 

Tiene razón, a mi entender, Luis María Anson cuando afirma que “entre las mayores vergüenzas de la Europa cristiana  se encuentra el pasaje atroz de la esclavitud. Franceses, ingleses, portugueses, belgas, holandeses y españoles nutrieron sus colonias en América de esclavos cazados en África. Hacinados en las ergástulas de los barcos, los esclavos negros cruzaban el Atlántico para trabajar en tierras extrañas. No pasaban de ser otra cosa que lastre en los barcos negreros y se los arrojaba al mar si las borrascas o los huracanes así lo aconsejaban. Se suele argumentar que los españoles se ensañaron un poco menos que los otros europeos. No es cierto. Se olvida con demasiada frecuencia que entre 1580 y 1660 Portugal formó parte de España y que los reyes Felipe II, Felipe III y Felipe IV fueron también reyes de Portugal”. Pero no hace falta que nos marchemos tan lejos. Siempre se tuvo al marqués de Comillas como un prócer patrio. Antonio López y López fue un esclavista y se enriqueció con su trata de negros africanos a mitad del siglo XIX en Cuba, transportados en la goleta “Deseada”, que en 1850 desembarcó en Cuba a 280 esclavos, a los que hacía pasar por criollos, en la ensenada de Juragua, cerca de Santiago. Su enriquecimiento, digo, le permitió instalarse en Barcelona y convertirse en un gran empresario. No hay que olvidar que España tiene una gran deuda con África y que la llegada ahora de cayucos repletos de subsaharianos debemos aceptarlo, en absoluta reciprocidad, como un mínimo pago de la tremenda deuda contraída. En el pecado llevamos la penitencia. El caso de los marroquíes es distinto. Con ellos no tenemos que saldar nada. Antonio López murió el 16 de enero de 1883 en el Palacio de Moja, en las Ramblas. Un día antes León XIII firmó una bula donde se le perdonaban todos los pecados que hubiera podido cometer durante su vida. El año de su muerte fue trágico en Santander por la catástrofe del barco “Cabo Machichaco” sucedida el 3 de noviembre.  Por cierto, la estatua de aquel recordatorio luctuoso tuvo que ser reconstruida en 1937 después de haber sido deteriorada por hordas descontroladas por el hecho de tener forma de cruz. Y la estatua de Antonio López y López fue retirada de su pedestal en Barcelona el 4 de marzo de 2018, siendo alcaldesa Ada Colau. Miguel Ángel Revilla, por entonces presidente de Cantabria, pidió que fuese donada a Comillas pero la alcaldesa de Barcelona se negó.

 

lunes, 26 de agosto de 2024

Melquisedec el caracolero

 

A Melquisedec, el caracolero que aparecía cada día por las calles del Arrabal, me lo topé en la plaza del Pilar una mañana de domingo.  Estaba sentado en las escalerillas de la Cruz de los Caídos haciendo por la vida y llenando el baúl con buen saque a base de media hogaza de pan y un palmo cumplido de longaniza sin ningún atisbo de ahoguío, y que troceaba parsimoniosamente con una navajuela de Albacete, la misma herramienta que le servía de igual manera para apañarle un roto que un descosido, o para trozar un racimo de agrazón, esa uva silvestre que nunca madura, o un cacho de pejepalo cuando se lo procuraba Graciela,la dueña del bar "La Garimba", una tabernera gaditana de Vejer de la Frontera casada con un guripa municipal, donde en su establecimiento solo se despachaba la malagueña cerveza "Victoria".  El belduque para el caracolero era menos práctico que la navaja, como sucede con el dolabro picapedrero, de poca utilidad para triscar almendras o castañas pilongas. A una mala, siempre resultaba más útil la chaira de zapatero, si se considera que Melquisedec, rebuscador de moluscos, en sus ratos de ocio también acostumbraba a leer artículos de prensa y a confeccionar figuritas y chiflatos en madera de boj, avellano, ciprés, acacia, sabina, matarrubia, o palosanto, según se diese. A veces, como a traición, Melquisedec el caracolero daba un tiento a una botella de tintorro manchego que mantenía sujeta entre sus pies. Melquisedec el caracolero era hábil para rebuscar entre los rastrojos y en los quijeros de las acequias sin perder de vista el morral y sin que per fas et nefás derramase una sola gota del negro y espirituoso vinagrillo que siempre portaba. También conocía las virtudes de la baba del caracol chupalandero y de la babosa, capaces de sanar mediante uso tópico el prurito cutáneo y las almorranas prolapsadas.  Melquisedec el caracolero, además, conocía el comportamiento de la hormiga, de la abeja y del grillo negro, el grillo que brincaba en los campos labrados cuando el sol apretaba y que servía de cebo para la pesca del barbo y de la madrilla, como servía el higo, la ciruela y la lombriz anillada. Los caracoles también se comen asados y son mejores que las pepitas de girasol, porque aportan proteínas. Melquisedec el caracolero, que además de experto en la recolección de moluscos gasterópodos se daba aires de filósofo, guardaba en el bolsillo de su chaqueta un artículo de Jorge Wagensberg, “Kant y el grillo sordo”, que había arrancado de un ejemplar de El País encontrado en un basurero próximo a Caitasa, en el cogollo de El Picarral,  barrio del que tampoco se había escrito suficiente.

 

domingo, 25 de agosto de 2024

Pasar la gorrilla

 

 No existe pueblo en España donde a la gente no les encandilen las fiestas medievales. Y es que, en el fondo, lo que le gusta a los vecinos de lugares donde nunca pasa nada es colocarse petos y espaldares y aferrarse a adargas, lanzas y espadas en ristre con atavíos de performances infantiloides. A esos cómicos de la legua por un día deberían enseñarles, antes de nada, las partes de la armadura, de la misma manera que un matarife conoce las partes en las que se divide la carne del vacuno. Disfrazarse de caballero medieval sin conocer los intríngulis de un engorroso arnés es como vestirse de cura sin saber las declinaciones del latín y haber pasado por un seminario; o uniformarse de guardia civil sin haber recibido la instrucción necesaria en la academia de Valdemoro. Pero la gente de esos pueblones, digo, a la que le encandilan las fiestas medievales y mirarse en espejos coloniales, ya tenía la experiencia de vestirse de romano en los desfiles procesionales de la Semana Santa. Pero aquello era otra cosa. Las armaduras medievales son más pesadas, de peor manejo y dificultan mucho las maniobras. Imaginen hoy a un paleto con todo puesto (como esas señoras de "pan pringao" que cada mañana se asoman a las playas enjoyadas y repintadas para sentarse en una hamaca a tomar el sol), o sea, con 250 piezas de arnés articuladas y distribuidas en cabeza, tronco y extremidades. Vamos, como para ir a bailar el reguetón. Pero ya no se hacen torneos y justas y apenas quedan caballos. Ahora la gente visita mercadillos bajo un sol de justicia donde se mezcla marroquinería, cerámica, hierbas curalotodo y cosas de comer en un batiburrillo que llaman “de las tres culturas”. ¡Pero si echamos a dos de ellas! Si el pueblo conserva castillo y murallas, miel sobre hojuelas para recrear refriegas.  Algunas de ellas son consideradas de “interés turístico regional”, como sucede en Consuegra, donde se regresa al siglo XI con la recreación de un feroz combate entre cristianos y almorávides, y donde perdió la vida Diego Rodríguez, hijo del Cid; o la de Medina del Campo, con 4.000 figurantes, donde se evoca la quema de la ciudad por las tropas de Carlos I; o la batalla de Atapuerca (Burgos), que enfrentó en 1054 a los hermanos Fernando I, rey de León y conde de Castilla, y García Sánchez III, rey de Pamplona, ambos hijos de Sancho III el Mayor; o esas ridículas “alfonsadas” bilbilitanas, donde se teatraliza mediante un chusco esperpento cuando en 1117 Alfonso “El Batallador” inició  la conquista de Zaragoza ayudado por Guillermo IX de Poitiers, etcétera. Todas esas batallas, leyendas y mercados medievales suelen llevarse a cabo en época estival, transformando calles y plazuelas en platós y a los vecinos en actores como reclamo para atraer turistas, que es de lo que se trata. En fin, ya solo queda una semana para que se termine el anda jaleo, jaleo de chiringuitos horteras a rebosar y playas donde no queda sitio para poner un sombrajo. El Estado ha engordado el PIB, los españoles ha adelgazado el saldo de su cuenta corriente, los niños regresarán al colegio y las aguas volverán a sus cauces si les deja una imprevisible gota fría. Al fin, uf,  desaparecerá el floreciente turismo internacional con sus caras acangrejadas por el sol y después de haber alterado el medio ambiente y acrecentada la inflación. Cuando se vive del turismo y del sálvese quien pueda, como acontece en este país, no queda otra que transformar a los españoles en camareros mal retribuidos, o en titiriteros ambulantes para poder pasar la gorrilla al final del lastimoso espectáculo.

 

sábado, 24 de agosto de 2024

Técnicos, ¿de qué?


 

Cuando todavía está fresca la tinta de mi último blog (hace solo unas horas) sobre la caída de un gran pino en el zaragozano Paseo de la Ribera hace sólo dos días, me entero de que hace solo unas horas, hoy sábado, se acaba de caer otro árbol (que no es un pino, precisamente) en el Camino de las Torres. Por fortuna, ninguno de ellos cayó sobre viandantes ni hubo que lamentar desgracias personales. Pero son dos avisos serios en dos días casi seguidos por el descuido del Ayuntamiento de Zaragoza, responsable de todo cuanto sucede en la vía pública. Los técnicos municipales, en el caso del pino caído el pasado jueves, manifestaron sin despeinarse que la causa fue “una espiralización del sistema reticular del árbol”. Bueno, vale. ¿Y lo sucedido este sábado? Seguro que esos técnicos tienen otra explicación desconocida para el común de los mortales, para justificar su ineludible responsabilidad. La alcaldesa Chueca, no me canso de decirlo, debería ponerse manos a la obra para detectar qué árboles están sanos y cuáles habría que talar en evitación de males mayores. Ignoro quiénes son los técnicos y qué pintan en esta historia macabra, además de cobrar todos los meses con cargo al contribuyente. Ya basta de folclorismos trasnochados, de vistas a Roma para hacerse una foto con el papa Francisco vestida de negro como si fuese una actriz secundaria  de “La casa de Bernarda Alba”,  de derroches con dinero público en un nuevo campo de fútbol para un mediocre equipo de segunda división y de la entrega de dinero público a la Tauromaquia por exigencias de Vox, su socio indeseable. Pero todo tiene un límite. El día que haya una desgracia por la caída de una rama o de otro árbol en espacio público, que será más pronto que tarde, no servirá de nada contar milongas a la prensa por evadir responsabilidades, o echarle la culpa al árbol por una “espiralización en su sistema reticular”. Como decía un sargento cuando fui obligado a hacer la mili y a jurar la bandera fascista,  “la bala de cañón no cae por la fuerza de gravedad, sino por su propio peso”. Y los árboles, ¿por qué se caen? Los zaragozanos, también quiénes nos vistan, merecemos estar seguros en los espacios públicos, tanto por parte de la Policía Local como de esos técnicos de no sabemos qué, cuya negligencia parece demostrada. Y esa seguridad exigible por parte de los ciudadanos debe primar sobre el folclore, la Tauromaquia, el fútbol, las ofrendas florales de octubre, los rosarios de Cristal, las jotas casposas y las invitaciones al jefe de la Iglesia Católica para que visite a una ciudad sucia, llena de grafitis, mal barrida, peor regada y con un fétido olor proveniente de unas alcantarillas que nunca se limpian. Pronto, si no se remedia, deberemos salir a la calle con casco protector, aun a sabiendas de que en caso de caídas de arbolado no sirva para mucho. Si yo presidiese la Alcaldía, me moriría de vergüenza ante tanta desidia.


 

Mentiras, las justas

 

 

En su acendrado elogio a Madrid, Ussía señala hoy en El Debate que es difícil poder contemplar a un millar de madrileños bailando la sardana en la Plaza Mayor. Yo se diría a ese ultraderechista metido a columnista que es más difícil, si cabe, ver a mil catalanes bailando el chotis en la Plaza de Cataluña.  No tengo nada contra Madrid, ciudad que siempre me ha acogido con simpatía. Pero no puedo decir lo mismo de la presidenta de esa Comunidad, que se me antoja como la cuarta pata que le falta al gato del dicho. La expresión es antigua e incongruente y  hace referencia a aquellos que por su cuenta tratan de justificar lo imposible. La primera referencia esa expresión habría que buscarla en el “Tesoro de de la lengua castellana o española” de 1615, escrito por el capellán de Felipe II, Sebastián de Covarrubias, donde se comentaba lo de buscarle “cinco pies al gato” intentando razonar que el rabo era el quinto pie del felino. Pero en El Quijote (1605)  ya se hablaba de tres. Pero pies se refiere a sílabas, ya que el término “pie” estaba referido al conjunto de sílabas que componían un verso. Y puesto que “ga-to” consta de dos sílabas, es imposible encontrarle tres. Ussía, en su artículo hace referencia al marqués de Deleitosa, siendo presidente de Banesto, y su afición a la compraventa. Por cierto, uno de sus hijos se casó con la infanta Pilar. Recuerdo que Jaime Gómez-Acebo Modet poseía uno de los más bellos chalés de Zarauz con puerta en su jardín al malecón. Pero a su muerte se vendió y derribó, y en su solar construyeron viviendas de lujo. Es decir, que los hijos del marqués no anduvieron a la zaga y que de casta le venía al galgo. Entre otras perlas cultivadas, dice Ussía que “Madrid no compra con descaro a medios y periodistas para tenerlos como portavoces”. Cierto. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de esa Comunidad, no compra periodistas para tenerlos a su servicio. Compra periódicos enteros para que le bailen el agua. ¿O es mentira que inyectó 1’2 millones de euros más el IVA en publicidad institucional a OK Diario en cuatro años? Mire, Ussía, tonterías las justas.

 

La espiralización tiene la culpa

 

 


La caída de un pino en un barrio de Zaragoza lo justifican los técnicos municipales como consecuencia de la presencia de una espiralización del sistema radicular. Este defecto, propio de los pinos trasplantados de zonas forestales a suelo urbano en los años 80, está asociado a una plantación excesivamente profunda lo que produce un estrangulamiento gradual que acaba originando su caída al condicionar su estabilidad. Con esa explicación técnica de unos tipos que no han visto en su vida un pino, salvo el de Navidad, ni saben por dónde les sopla el viento, los ciudadanos ya nos hemos quedado más tranquilos. O sea, que si morimos aplastados por un árbol en una calle de Zaragoza no habrá que culpabilizar al Ayuntamiento sino a la presencia de una espiralización de bla, bla, bla… Chueca, la actual alcaldesa, en vez de visitar al Papa para hacerse una foto y de derrochar el dinero público en un campo de fútbol para un mediocre equipo de segunda división, debería ser consciente de que nuestras vidas no pueden depender de la espiralización del sistema raticular de los pinos carrascos. No normal, de ser así, exige que los pinos se talen y se coloquen en sus alcorques árboles menos peligrosos, de copas compactas que no crezcan demasiado, que sus raíces no levanten aceras, que no produzcan alergias y que se poden sus ramas con frecuencia para evitar accidentes y conseguir que entre luz en las casas. Pero aquí, por lo que desprende, los errores municipales se solucionan cortando por lo sano, o sea, a golpe de motosierra. Espero y confío en que, por una espiralización del sistema raticular político, la folclórica alcaldesa Chueca termine su mandato en la Alcaldía sin excesivos derroches innecesarios de dinero público, abandone la política definitivamente y se dedique a otros menesteres más bucólicos, como dar paseos por los pinares sorianos de Covaleda y Navaleno, leer a Neruda con devoción de novicia, o caminar silente por sendas del leño lusitano, donde dicen que suele aparecerse Viriato varias veces al año en posición erecta, con la pareidolia incluida de un aparente priapismo causado por el puñal, y saludando a la romana sobre un pedestal granítico, como en la estatua de Zamora.

 

viernes, 23 de agosto de 2024

Oficio de difuntos

 

 


Los 31 vecinos de una pedanía de Valencia de Don Juan, Cabañas, están indignados por la ausencia del cura en los actos litúrgicos que debían haberse celebrado con motivo del patrón, san Luis. Habría que preguntar qué le ocurrió al párroco, Salvador Valbuena Turienzo, para permanecer ausente en esa celebración en la parroquia de san Pedro. Ya de paso, los vecinos aprovecharon esa ausencia para alzar la voz de alarma sobre el deterioro existente tanto en la iglesia como en el cementerio, ambos bajo la responsabilidad de ese párroco. La iglesia –dicen- sufre graves deterioros, y en el cementerio, propiedad de la parroquia, hay amenaza del derrumbe de una tapia, “poniendo en riesgo la seguridad del lugar”. Hombre, que a mí me conste, no existe peligro de que los muertos se mueran por la posible caída de una tapia. Sobre esa pedanía, señala en 1846 Pascual Madoz en el quinto volumen de su “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar” lo siguiente:

“CABAÑAS: l. en la prov. de León (5 leg.), part. jud. y ayunt. de Valencia de D. Juan (1/2), dióc. de Oviedo (28), aud. terr. y c. g. de Valladolid (18): sit. en la vega que hay entre Fresno y Valencia de D. Juan; combátenlo los vientos del S. y SE. con especialidad; su clima no es saludable á causa de los muchos pantanos que se forman en el térm. Tiene 16 casas; igl. parr. (San Luis) servida por un cura y su escusador; el curato es de ingreso y patronato laical. Confina N. Fresno de la Vega; E. y S. Valencia de D. Juan, y O. el desp. de Villaonillos, á 1/2 leg. el mas dist. El terreno es llano, de buena calidad y le fertilizan las aguas del Esla, que en las grandes avenidas destruye sus campos y pone en eminente peligro á la pobl. Los caminos locales; recibe la correspondencia de la cap. del part. prod.: trigo, cebada, centeno, legumbres, vino y alguna fruta; cria toda clase de ganado, aunque en corto número; caza de perdices y codornices, y pesca de barbos, truchas y anguilas. comercio: esportacion de los cereales sobrantes é importacion de los art. que faltan. pobl.: 14 vec., 56 alm. contr.: con el ayunt”.

Hay que evitar que los pueblos se vacíen, algo que parece inevitable. Muchos de ellos nacieron durante la Reconquista, cuando se utilizaba la repoblación para asentar territorio y defenderlo de los árabes ocupantes, y para recaudar impuestos con los que financiar guerras y cruzadas. Sus lentas despoblaciones tuvieron diversas causas, entre ellas la pobreza del suelo, que no producía lo suficiente para sobrevivir, la carencia de las mínimas infraestructuras, y las pestes que diezmaron. En concreto, la Diputación de León maneja actualmente la cifra de 1.236 los pueblos repartidos entre los 211 ayuntamientos en los que se divide el territorio provincial constituido oficialmente en 1833, que por entonces contaba con 1.407 pueblos, de los que 76 ya estaban  abandonados. Luis Pastrana Jiménez (1950-2003) señalaba en su libro “Despoblaciones leonesas” que “las dos desamortizaciones de tierras que sufrió la Iglesia por el poder establecido eliminaron el sistema económico basado en la propiedad monástica, bajo cuyo amparo se mantuvieron numerosos pueblos y aldeas de la zona, con los grandes monasterios benedictinos de San Benito de Sahagún y el cercano de Santa María La Real de Trianos, que dejó a sus pobladores sometidos a la suerte de las cosechas agrícolas. Muchos de aquellos pueblos se fueron abandonando, víctimas de saqueos y rapiñas, quedando actualmente de esas poblaciones simples referencias documentales en legajos y latinajos”. La experiencia demuestra que los lugares que mueren de abandono y desidia nunca vuelven a resucitar. La pedanía de Cabañas, según parece, está silente. Ya no cuenta con un cura que haga una misa de réquiem, por mucho que las campanas de la espadaña de su iglesia doblen a difunto.