domingo, 18 de agosto de 2024

Lecciones de cosas

 

 

Eran las diez y cuarenta y cuatro minutos de la mañana del sábado 3 de julio de 1975, cuando un ujier daba vuelta al llavín que cerraba por fuera la sala de sesiones del Consejo del Reino, en la primera planta del Congreso de los Diputados. Acababa de comenzar la sesión secreta de la que tenía que salir la terna de nombres, de la que el jefe del Estado tendría que escoger un nuevo presidente del Gobierno. A los diez minutos del encierro, Enrique de la Mata Gorostizaga daba golpecitos a la puerta para que el ujier abriese y le hiciera entrega de un manojo de cuartillas. A las dos y diez minutos, el falangista Girón, apoyado sobre un bastón de bambú y mirando al suelo, aparecía por la planta baja de las Cortes. “Qué,¿fumata blanca?”, preguntó un periodista al arzobispo de Zaragoza, Cantero Cuadrado, que se limitó sonriendo a señalar a Torcuato Fernández Miranda, que estaba próximo al prelado asediado por los informadores. Se rumoreaban con insistencia los nombres de Areilza, Suárez y Silva Muñoz. En otros mentideros, siempre 'off the record', Areilza era sustituido por López Bravo. Al fin hubo  'fumata blanca', en Cebreros repicaron las campanas, y en Barcelona la atención se centró en la Clínica Barraquer, donde se encontraba convaleciente de desprendimiento de retina Juan de Borbón. Éste, al enterarse de la ascensión de Suárez, que no había hecho la guerra, sin imagen exterior y sin errores considerables a sus espaldas, expresó un lacónico “¡No es posible!”. Pocos días antes, el 30 de junio, Arias (el “Mantequilla” para los ultras) reunía a sus más íntimos colaboradores a mesa y mantel para celebrar su “paso del ecuador” en el Gobierno de España, ajeno a lo que sucedería horas más tarde, o sea, su llamada de La Zarzuela. Pasado el tiempo, los españoles se enterarían de que Arias había dejado en la más absoluta soledad al rey, presentándole su dimisión en los momentos más difíciles, con Franco agonizando en La Paz y la “Marcha Verde” casi en la frontera del Sahara. También, que Nicolás de Cotoner había tenido que ir a buscarle por todo Madrid como si fuese un ganapán, por orden de Juan Carlos, para que recapacitase; y de que, al fin, ya cansado de buscar hasta en las cloacas de Vallecas, había dado con sus huesos en el lugar más insólito, en la peluquería de caballeros del Hotel Palace más galán que Mingo.

 

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