viernes, 9 de agosto de 2024

Daños colaterales

 

En temporada de verano, pese a que las noticias escasean, se venden más diarios de papel de corte regional. El motivo no es otro distinto a las fiestas de los pueblos. Por todos es sabido que a la gente de lugares donde nunca pasa nada lo que le encandila es que su pueblo salga en “el papel”. Ya se sabe que el mejor pueblo es el mío y que la mejor tortilla de patata es la que hace mi madre. Como decía un baturro de la vega del Jalón, “de lo que tenemos, no nos falta de nada”. El “chufla, chufla” sigue vigente en la España vaciada, que desdobla las fiestas patronales en dos partes equilibradas: lo religioso y lo profano. El santo, llámese san Roque o san Cucufate, está presente en romerías, ermitas y procesiones callejeras. Lo demás, becerradas, borracheras y comidas ofrecidas a la gente de la tercera edad en los antiguos teleclubes por parte de los ayuntamientos son efectos colaterales, como los efectos secundarios de los medicamentos, que unas veces se pueden contrarrestar; y otras, sobrellevar por los efectos adversos. En fiestas locales sucede algo parecido: unos las disfrutan y otros las padecen. No es lo mismo que uno se divierta del modo que entienda más oportuno, verbigracia, que lance al aire cohetes voladores o al forastero al pilón, que al vecino se le orinen en la puerta. El sicólogo salmantino Javier Barreiro Santamarta, al analizar el porqué de las fiestas patronales, señalaba que hay tres motivos básicos: intercambio económico, cultural y social. En el medio rural, el origen de las fiestas fue motivado por la recogida de las cosechas pero la religión se apoderó de muchas de ellas. A fin de cuentas, la felicidad aparece en el individuo cuando están satisfechas sus necesidades, tales como tener buena recolección de fruta, trigo, uva o patatas, o haber conseguido vender bien el ganado en la feria. Ello se celebra rompiendo rutinas. Y aquellas fiestas paganas se han ido transformando en fiestas religiosas cuando  el cristianismo  comenzó a ganar terreno a las religiones politeístas. Así, en invierno, las Saturnalias se convirtieron en Navidad y las fiestas del solsticio de verano pasaron a ser las fiestas de las hogueras de san Juan. Pero el verdadero origen de las fiestas patronales hay que buscarlo en los siglos XV-XVI colmados de catástrofes y epidemias. Fue por entonces cuando se decidió elegir santos patronos para protegerse contra el Maligno. A día de hoy, las fiestas patronales son un elemento dinamizador económico de los pueblos y por esa causa no existe aldea sin patrón o patrones, que a veces van por duplicado, como es el caso de Villalengua (Zaragoza) con san Gervasio y san Protasio; o raros, como sucede en Munébrega (Zaragoza) donde la patrona, inexplicablemente, es la virgen del Mar y de la Cuesta. Porque en Munébrega hay cuestas para llegar desde Calatayud por la infame carretera que conduce al Monasterio de Piedra, o desde Ateca, o desde Terrer atajando por el monte, pero carece de mar y también de río. Eso sí, existe el barranco del Molino, que solo lleva agua en época de lluvias, o sea, casi nunca. Puede que por esa razón a los munebregueños les llamen lagartijeros.

 

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