lunes, 12 de agosto de 2024

La fiesta inacabable

 


Pasarán las fiestas patronales, las vacaciones playeras, se terminarán las calores africanas y todo volverá a la normalidad, o sea, a la tediosa rutina. Los padres volverán al tajo, los hijos regresarán al colegio y las amas de casa, a preparar los pucheros. Yo siempre mantuve que las fiestas patronales son un trastorno social desquiciante. Y el próximo jueves, la asunción de la Virgen, considerado como un singular privilegio, pero que no es lo mismo que la ascensión. La asunción se celebra entre los católicos con más énfasis tras el dogma de fe de Pío XII, “Munificentissimus Deus”, publicada el 1 de noviembre de 1950. A partir de entonces muchas parroquias españolas  recibieron el nombre de Asunción. Pero cuando murió en Éfeso ya anciano  el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, a los pocos días de haber sido enterrado descubrieron sus seguidores que su tumba estaba vacía. Éstos dieron por hecho que su cuerpo había subido al Cielo. Pero, como no podían proclamar que se trataba de “ascensión” (que correspondía al Mesías) ni de “asunción” (relacionado con su Madre) no sabían cómo darle un nuevo nombre a aquel extraño prodigio, hasta que siglos más tarde un teólogo prestigioso cuyo nombre no recuerdo decidió nominarlo como “metástasis gloriosa”. En Reyes 2:11-14 se da cuenta de que Elías caminaba charlando junto a Eliseo y fueron separados por un carro tirado por unos caballos de fuego. Y Elías, de Tisbé de nación, fue arrebatado al Cielo en un torbellino, pero Mateo, que equivale a Txistu en vasco, profetizó (17:10-13) que éste volvería a la tierra “antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible”. Y en esas estamos, con el corazón en un puño. Pero estas cosas sobre fe y costumbres que solo afectan a católicos, judíos y ortodoxos ya las he contado en alguna otra ocasión y pido perdón al lector por ser reiterativo. Jesús Serna, catedrático de la Universidad de Valencia, en un artículo en El País (“Por qué odio las fiestas populares”, 13/06/2013), señalaba: “¿Hay algo que deteste más? Me refiero, claro, a las fiestas populares, esas que se organizan en homenaje a un santo patrón al que se invoca. Verbenas atronadoras con orquestas humildes que empiezan a la 1:30 de la madrugada. Clavarios y festeros entregándose a la detonación, al estruendo del petardo universal, de pólvora para todos. Y, después, al día siguiente, una arrogante brutalidad de cristales astillados, de papeleras carbonizadas, de orines, botes y botellas. (…) Lo normal es que la minoría silenciosa se proteja en el interior, sellando puertas, atrancando ventanas, esperando, pues, el fin del ruido municipal”. Para Serna, “el Infierno es lo más parecido a un largo domingo de invierno o, mejor, a una fiesta municipal inacabable”.

 

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