No cabe duda de que el Gobierno
pretende privatizar Adif, Renfe Operadora y todo lo que se mueve por la red
ferroviaria. A nadie se le escapa que en el ejercicio de 2011 se cerró el
balance de la empresa pública con unas pérdidas de 130 millones de euros y que sólo tuvo beneficios el tren de
alta velocidad. Pero no estoy refiriéndome a una empresa de chicha y nabo, sino
a una sociedad estatal que mueve más de 2.000 millones de euros sólo en venta
de billetes, que dispone de 14.000 empleados y que opera una red de 13.996 kilómetros
de extensión, lo que equivale en costes reales a un empleado por cada
kilómetro de trayecto. Es decir, que pierden dinero los trenes de larga
distancia, de media distancia, de cercanías y de mercancías. Hoy Julio
Gómez-Pomar, presidente
de Renfe, presenta en Madrid un Talgo (“Avril”) capaz de circular a más de
trescientos kilómetros por hora con mayor capacidad de asientos en clase
turista, lo que supone que favorecerá el abaratamiento del billete para la
“clase de tropa”. La oferta de billetes 'low cost',
algo similar a lo que desde hace tiempo se hace en los vuelos infumables, puede
que reduzca en algo el precio de un billete que hoy resulta nada asequible para
el bolsillo de los españoles, pero no cabe duda de que bajará considerablemente
la calidad de un servicio hasta ahora aceptable. Viajar como sardinas en lata
en clase “turista” por el hecho de añadirse otra fila de asientos (tres a un lado y dos al otro), puede que
ayude a equilibrar en algo la hasta ahora vergonzosa cuenta de resultados. No
olvidemos que las abultadas pérdidas de Renfe las asumimos todos los ciudadanos.
Pero, para intentar equilibrar esas penosas computaciones, me parece una perversa
solución transportar a los viajeros apiñados como si se tratara de borregos en
jaulas de “Transfesa”. Y eso lo debería entender la ministra de Fomento, Ana
Pastor, no por el hecho de ser ministra de un Gobierno neoliberal que sólo
apuesta por las privatizaciones, sino por ser médico.
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