Aquí estamos todos cabreados y
camino de quedarnos sin plumas y cacareando. Cuenta el diario El País que “el
Gobierno no deja de insistir en que la reforma financiera no costará dinero
público” y que “la recuperación de la inversión pública dependerá de la
capacidad de este nuevo ente –refiriéndose al banco malo- de obtener beneficios
y no existe empresa alguna capaz de asegurar algo así. Esa sociedad -el banco malo- tiene el objetivo de vender
el lastre del ladrillo de las entidades rescatadas en un plazo de 10 a 15 años y tendrá una
participación del Estado máxima del 50%. El resto de las acciones se colocará
entre inversores privados”. Y a mí, como supongo que a muchos españoles, me
gustaría saber qué gestores se harán cargo de ese “marrón”. Si se trata de nombramientos a dedo, como en su
día sucedió con Blesa o Rato en Caja Madrid, o Hernández Moltó en Caja Castilla-La
Mancha, habrá que tocar madera. Por otro lado, los incendios, unos
intencionados y otros como consecuencia de una clara falta de limpieza de
rastrojos y montes, están haciendo estragos en España. Aquí ya queda poco por
quemar. Espero que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, no considere
sospechosos de piromanía a todos los que llevamos un mechero en el bolsillo. Yo
de este hombre me creo cualquier cosa. Y no me fío de Fernández Díaz,
supernumerario del Opus Dei, desde que dijera que “la política es un magnífico
campo para el apostolado”. Claro, cuando se dicen esas cosas desde la poltrona
de un despacho enmoquetado y se tiene el control sobre los guardias pasa lo que
pasa, o sea, que lo escucha José
Ignacio Wert (que confunde gasto con inversión en Educación y el culo con las
témporas en lo que respecta a un Diccionario Biográfico que no se ha corregido
en lo que hace referencia a Franco pero si se ha financiado con dineros
públicos), y sugiere separar clases y
alumnos por sexos en la enseñanza concertada, como si estuviéramos en los
oscuros tiempos de José Ibáñez Martín.
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