Ya no cabe duda de que la
televisión del Estado ha vuelto a los tiempos de Urdaci. En España las cosas no
van bien. La televisión oficial infravaloró la Diada dando la noticia en quinto lugar, fichan en
los “Desayunos” a la mujer de Wert, regresan las corridas de toros y, ahora, TVE prepara un programa semanal centrado en la
figura del Rey.
El Gobierno, que no hace cosa distinta que dar palos de ciego, pretende influir
sobre nuestra vida y nuestro futuro a base de persecuciones ideológicas y
sociales. Deja a los “sin papeles” sin derecho a Sanidad; humilla a los parados
con cursillos que no sirven para nada; quita la paga de diciembre a los
funcionarios; mantiene la congelación de las pensiones, pasándose por el arco
del triunfo el Pacto de Toledo; es manifiestamente incapaz de resolver
mínimamente el problema del desempleo; se niega a practicar “drásticas rebajas”
a ese 0’7 % de la cuota íntegra en las declaraciones del Impuesto sobre la Renta destinada al
sostenimiento económico de la Iglesia Católica; etcétera. Y para más inri, se
han cargado el Estado de bienestar del conjunto de los españoles en beneficio
de una Banca irresponsable y avariciosa; la Sanidad Pública, en beneficio
de la sanidad privada; la Educación Pública,
en beneficio de la concertada; el Estatuto de los Trabajadores, en beneficio de
una Patronal amodorrada y torpe a la hora de hacer inversiones y de invertir en
I+D+i, asunto sobre lo que no tienen ni puta idea. El resultado es que la Conferencia Episcopal
calla maliciosamente; la
Patrona, enmudece por su impericia; y la
Banca continúa sin conceder créditos de “andar por casa” a
los ciudadanos corrientes. Decía Alejandro Muñoz Alonso que “la mentalidad
conservadora no ha logrado nunca ver al pueblo sino como un enemigo al que hay
que domar, o como un débil de espíritu al que hay que guiar”. La picaresca de
ciertos “Lazarillos de Tormes” metidos a políticos por “la gracia de dios” de
estar dentro de unas listas cerradas lo impregna todo en este país. Los ciudadanos,
misteriosamente, se han resignado con su suerte aún sabedores de que, la
política que ejercen aquellos que disponen de “mayoría absoluta” para sacar
adelante leyes neoconservadoras, les conducen directamente a vía muerta. Lo más
triste, si cabe, es la persistencia en esa resignación; la creencia de que la
política es patrimonio de unos pocos, de ese “deus ex machina” cuyas decisiones marca el destino colectivo de
todos los ciudadanos que conforman el Estado y para los que sólo existe un
consuelo: saber que “hecha la ley, hecha la trampa”.
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