Le preguntaba Mariló Montero a
Anne Igartiburu si creía que se encontraba un poco oxidada. Está claro que esa
impertinencia está fuera de lugar. Montero, en horas bajas, lo que desea es que
se hable de ella, aunque sea para mal. Sabe que se le acaba el contrato
televisivo en diciembre y que su pareja pinta menos en el Ente Público que el
tonto del paseo en las fiestas patronales.
Les sucede lo mismo a los políticos que han hecho de la política su
forma de vida y a todo ese “duquesío” (como decía el mayordomo de los marqueses
de Urquijo, según Ussía) que anda suelto y sin collarín por Madrid y que no sabe cómo “robar escena”
y en qué postura dejarse fotografiar y
llamar la atención con tal de que en una reunión sobre lo que sea se sirvan
canapés y vino de Rueda. Da igual que se trate de la exposición de pintura de
un pintor pijo y amanerado residente en el Barrio de Salamanca; de una conferencia sobre la importancia del
subfusil naranjero en la toma de Bilbao por el Tercio navarro de requetés
“María de las Nieves”, creado por el teniente coronel Utrilla; o de los efectos
perniciosos sobre la salud por la mordedura de la mosca negra. El caso es que haya
fotógrafos, que se aparezca días más tarde en
las revistas de la bragueta
haciendo el sándwich, o sea,
entre algún banquero, aunque haya sido degradado por su nefasta gestión
en la Caja de
Pensiones de Medinaceli, y algún cursi emperifollado y con ventanas a la calle
que siempre está presente, saluda a todo el mundo, besa la mano a las señoras
y “hace bolos” en las discotecas vips
hasta las siete de la mañana. La oxidación está haciendo estragos en la
política, en las finanzas, en los medios informativos, en la Iglesia y en comercio al
por mayor y al detall. Sólo se salva de la herrumbre, del cardenillo y del orín
el “duquesío” madrileño campante y rampante, aunque más empobrecido y ramplón
que nunca. Ese “duquesío” madrileño es de acero inoxidable y, aunque sabedor de
sus miserias e incapacidades, a
diferencia de políticos, banqueros, cardenales, empresarios y determinadas
rosas de pitiminí, se resiste a morir en la folla.
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