miércoles, 26 de septiembre de 2012

Horizontes de pobreza




Lo sucedido en Portugal, donde una ciudadanía harta ha obligado al Gobierno de Pedro Passos Coelho a dar marcha atrás en sus planes de recorte, puede ser un juego de niños si lo comparamos con la que se puede armar en este país el día menos pensado. El Gobierno que preside Mariano Rajoy está demostrando una incapacidad casi absoluta para sacar a España del atolladero. En el caso portugués, el papel moderador del presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, ha evitado males mayores tras convocar al Consejo de Estado y frenar en seco algo que hubiese podido tener consecuencias imprevisibles. Ayer en Madrid, las cargas policiales en Neptuno fueron de una absoluta desproporción. Sesenta y cuatro heridos y treinta y cinco detenidos son la prueba evidente de una acción represiva que nos retrotrae a los peores tiempos del franquismo. Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en esa Comunidad y María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular, compararon la manifestación ciudadana de ayer con el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. ¡Hace falta estar indocumentadas! Hay que tener cuidado con lo que se dice. Ayer ninguno de los manifestantes pretendió entrar en Congreso pistola en mano ni se esperaba a la “autoridad militar, por supuesto”.  Ayer se pretendía mediante un acto de protesta de ciudadanos, hartos de mantener a políticos incompetentes y a gobernantes ineficaces, rodear el edificio del Congreso por las calles periféricas y, todo lo más, lanzar unos gritos y enseñar determinadas pancartas. La soberanía, como señala la Constitución, reside en el pueblo. Y el pueblo soberano tiene derecho a manifestarse y a exponer sus protestas en la calle cuando su futuro se reduce, en el mejor de los casos, a tener un trabajo precario; y en el peor, a rebuscar en los cubos de basura. Se ha arruinado un pueblo a costa del Estado. A mi entender, el Congreso no representa la voluntad popular en un Estado donde existen listas cerradas y disciplina de voto. El ciudadano tampoco termina de entender que sólo existan ayudas, y mediante “rescate”, para una banca avariciosa y culpable por los préstamos al ladrillo. La marca España hay que “venderla” en el exterior cuando se tienen los horizontes despejados. Empecinarse en tratar de convencer al “The New York Times” de nuestras bondades como país, produce en los americanos la misma risa que ver a un burro comiendo higos. Una cosa es vender “talgos” y líneas de alta velocidad (como España, gracias al Rey y su amistad con los árabes, ha conseguido con el tramo Medina-La Meca) y otra cosa muy distinta impartir clases de democracia al resto del mundo.

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