Esta tarde ha muerto en Madrid
don Santiago Carrillo Casares, un político
que ya forma parte de la historia de España. Fue el único diputado que no se
metió debajo del escaño ni demostró cobardía la malhadada tarde del 23 de febrero de 1981.
Tampoco lo hicieron Adolfo Suárez ni el general Gutiérrez Mellado. Ya he
contado alguna vez que en cierta ocasión cené con Santiago Carrillo en un
restaurante de Zaragoza junto a un grupo de sindicalistas de Comisiones
Obreras. No recuerdo lo que sirvieron en aquella ocasión, que todos pagamos a
riguroso escote. Pero sí recuerdo lo que cenó don Santiago: una sencilla tortilla
francesa y un vasito de agua. A los postres me acerqué a saludarle. Nunca más tuve el honor de poder hablar con
él. Carrillo hablaba pausado y tenía la cabeza muy despejada. Le recordé una
vieja fotografía en la que él estaba cogido del brazo de Largo Caballero. “Sí
-me dijo sonriente-, aquel día cumplía veintiún años”. Los compañeros de
sindicato le tuteaban: “Santiago por aquí, Santiago por allá”. Yo desde el
primer momento le traté con un gran respeto y siempre de usted, no sólo por la
edad sino por lo que representaba para los españoles que no vivimos la guerra.
En cierta ocasión me regalaron el libro “Carrillo miente”, escrito por Ricardo
de la Cierva. Es
infumable. Me consta que su padre, el abogado y miembro de Acción Popular Ricardo
de la Cierva Codorníu, fue asesinado en Paracuellos
de Jarama tras haber sido capturado en Barajas por la delación de un
colaborador, cuando trataba de huir a Francia para reunirse con su mujer y sus
seis hijos pequeños. Pero de ninguna de las manera puede hacer responsable de
ese vil asesinato a Santiago Carrillo, como hace a lo largo de buena parte del
libro. El historiador solo tenía 10 años cuando se enteró de la muerte de su
padre: “Lo supe justo al día siguiente -cuenta De la Cierva-. Estaba en
San Sebastián y me lo comunicó Fernando Roldán, un teniente de artillería que
estaba al tanto de todo lo que sucedía en la capital porque tenía hilo directo
con Manuel Gutiérrez-Mellado, quien dirigía la quinta columna. Mi padre llegó
en la primera madrugada al arroyo de San José, pero que no lo fusilaron hasta
las cuatro de la tarde. La tardanza se debió a que los verdugos ejecutaban a
los prisioneros en grupos de diez. La angustia tuvo que ser interminable”. Hoy,
con el cadáver de don Santiago todavía caliente, determinada prensa de la
derecha más rancia vuelve a la carga con el tema de Paracuellos. Y machacan, y
machacan… Deberían enterarse quienes hacen este tipo de prensa panfletaria que
una mentira mil veces repetida no se convierte en verdad. La expresión “ni
hablar del peluquín” sirve de rechazo categórico a lo que otros afirman. Y está claro que con determinadas cosas que
algunos afirman y publican sin pruebas, aparte de no ser ciertas, sirven para
que se les vea el plumero. Se puede hacer bromas recordando el tema de la
peluca. A mí también me hizo gracia en su día ver a Carrillo por las calles de
Madrid con aquella peluca oxigenada al estilo de Lauren Postigo y que, pasado
el tiempo, se la devolvería con todos los honores Rodolfo Martín Villa. Pero no
se debe acusar a nadie sin pruebas de las matanzas de Paracuellos. Espero que
el tiempo y la historia pongan las cosas en su sitio. Descanse en paz don
Santiago Carrillo Solares, amigo y
maestro.
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