Agatón Galilea, habitaciones a
pupilaje. Fijos y viajeros. Estar próximo a una estación de F.C. tiene más
ventajas que inconvenientes. Agatón, por el silbido, sabía qué trenes salían, qué trenes llegaban y
cuáles llevaban retraso. Algunos clientes bajaban a la cantina y subían a la Fonda de la Estación a la media hora, ya cenados y dispuestos para
dormir. Había ciertas habitaciones que daban al andén. Otras eran interiores.
Las tres habitaciones que daban al andén estaban reservadas para el señor
Galende, perito agrícola experto en el cultivo de remolacha, para Pío Cañamón,
protésico dental y para Florinda Monfort, artista de variedades. Agatón era un
hombre silencioso y amante de las buenas composturas. Siempre iba en camisa
blanca con pajarita y caminaba en zapatillas de paño para no hacer ruido sobre
la tarima. A veces aprovechaba que había algún huésped en la sala común y, si
se terciaba, charlaba amigablemente. Agatón tenía conversación. El señor
Galende viajaba mucho para hacer contratos con los agricultores y les facilitaba
las semillas, los abonos y los tratamientos químicos necesarios contra la
mosca, los gusanos grises, los gusanos verdes, la pulguilla, la maripaca y la
cercospora a aquellos horticultores que meses más tarde entregarían las raíces
en la azucarera donde él prestaba sus servicios. Agatón le escuchaba sin
pestañear. Junto al señor Galende se aprendían muchas cosas. También junto a
Pío Cañamón, cuando le convencía de que toda prótesis debe tener un sistema de
retención eficiente, para que la restauración se mantenga sujeta en la boca y
no se caiga o salga de su posición, ya que de no ser así la masticación,
deglución y fonética, se verían afectadas e incluso imposibilitadas. Pero
cuando en ocasiones coincidían en la sala de estar Agatón, el señor Galende y
Pío Cañamón la conversación entre ellos solía derivar por otros derroteros más
profanos. Con Florinda Monfort no coincidían nunca. Llevaba unos horarios de
trabajo muy raros y, además, era de natural reservado. De Florinda sólo quedaba
por los pasillos una estela de sus perfumes a la caída de la tarde, cuando
marchaba a El Pato Negro para actuar. Pío Cañamón contaba que fue una vez a ver
el espectáculo y que Florinda Monfort bailaba cancán. Agatón Galilea había
nacido un 19 de febrero y a la hora de bautizarlo el cura no tuvo mejor
ocurrencia que ponerle el santo del día. Dijo el párroco a los padrinos que San
Agatón fue un hacedor de maravillas. Los presentes se encogieron de hombros y
Agatón se quedó con ese nombre que parece estar relacionado con la bomba
atómica.
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