No es noticia que un avión
aterrice en un aeropuerto. Cosa bien distinta sería que lo hiciese en un campo
sembrado de cebollinos. Ello viene a cuento con lo acaecido en el Aeropuerto de
Castellón, inaugurado el 25 de marzo de 2011, donde hoy ha aterrizado una avioneta de AENA
que ha sido recibida por los medios de comunicación presentes como si se
tratara del viaje del “Plus Ultra”, solo que este viaje ha sido “con
visibilidad buena” y con un corto recorrido, Manises-Castellón, es decir, de sólo
107 kilómetros.
Ese es el triste resultado de una inversión de 150 millones de euros más lo que
costó la famosa “efigie” de Carlos Fabra, un coloso de 24 metros de altura, 20
toneladas de peso y 300.000 euros de coste, dedicado al ciudadano al que más
veces le ha tocado la lotería en España. Un despropósito en forma de escultura
que ideó Juan Ripollés, consistente, como decía, en una gran cabeza, la de
Fabra, de la que le sale un avión. El rostro de Carlos Fabra también figura,
junto a los de otros políticos, en el retablo de una ermita en Vall d’Alba y no
descarto que algún día su papo aparezca en las monedas de euro. Ahora ya solo
queda que al aeropuerto de Castellón le den los permisos necesarios para que se
permita la entrada y salida de aviones y, conseguido eso, decorar su entorno
con unas pirámides y unas palmeras por si algún productor norteamericano decide
hacer una nueva versión de “Los 10 Mandamientos” con Carlos Fabra haciendo de
faraón Seti, su hija Andrea, la que dijo aquello de “¡que de jodan!” cuando
anunció Rajoy en la Cámara Baja el recorte a los
parados, de princesa Nefertari y
Francisco Camps, de Moisés. No hay que desesperar. Si finalmente el
aeropuerto no sirviese para el fin con el que se creó, al menos podría ser
utilizado para el rodaje de películas épico-bíblicas al estilo de cómo las
hacía Cecil B. DeMille.
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