Los meteoritos son como pedradas
en ojo de boticario. Los hay de diversos tamaños y cuando pasan silbando la
oreja queda una quemazón que para qué le quiero a usted contar. A Quinidio
Senegüé, que por haber nacido un 15 de febrero le aplicaron ese nombre de pila,
el de Quinidio, que fue un santo francés y que allí les llaman Quenin, que
queda como más elegante, le pasó rozando un meteorito del tamaño de un
garbanzo, o lo que él entendió que era
un meteorito, mientras apacentaba el rebaño de ovejas en un páramo cercano al
pueblo de Ariza, que es el último municipio aragonés en la vieja vía férrea en
dirección Madrid. También lo era en dirección Valladolid, antes de que
levantasen la vía. El siguiente pueblo es Arcos de Jalón, que pertenece a Soria
y a los parroquianos ya les cambia el habla. En Arcos de Jalón no debes
preguntar a nadie a qué se dedica: todos son de la
Renfe. A Quinidio Senegüé le pasó el
meteorito por encima de la cabeza mientras charlaba amigablemente con un
sobrestante que estaba en Arcos de Jalón en calidad de desplazado. Éste
prefería decir que era capataz de obras públicas. A los sobrestantes se les
reconoce de inmediato por varios motivos. El primero de ellos es que suelen
hablar como los chulapos madrileños; el segundo, que son bajos de estatura,
aunque bastante anchos de cuerpo; el tercero, que les gusta el anís, a ser
posible el Anís Las Cadenas, de finísimo paladar, acompañado de magdalenas o
rosquillas, y que, cuando toman una copita, levantan un dedo meñique con la uña
muy larga; y el cuarto, que forman familia numerosa y que sus miembros viajan
en el ferrocarril con un veinte por ciento de descuento. Hay más motivos para
reconocerlos de inmediato, pero me quedo con los citados por abreviar. Quinidio
Senegüé y el sobrestante desplazado a Arcos de Jalón por motivos profesionales
comentaban no sé qué sobre la esquila de la raza talaverana cuando vieron una
estela en el cielo como si se tratase de la propulsión a chorro de un avión.
Pasó de largo a la velocidad del rayo, silbando y describiendo una parábola. A
la caída de la tarde, ya de regreso al pueblo con el rebaño, a Quinidio le
contaron unos vecinos lo que habían visto, que se correspondía con lo que había
visto él. Nadie volvió a darle importancia al meteoro. El sobrestante, que
carecía de lactasa suficiente para digerir leche sin fermentar, prefirió
llevarse a casa un cordero lechal que le
entregó Quinidio a cambio de dos plumas estilográficas y un reloj de dudoso
gusto.
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