Los desahucios en nuestro país no
solo llegan para los ciudadanos sino también para las cigüeñas. Los cicónidos,
esas aves de cuello largo y porte majestuoso hacen nidos en las torres de las
iglesias, ya cansadas y una vez que han traído a los niños desde París sujetos
por el pico y deciden quedarse a vivir, como parece que sucede con los rumanos,
que también son hijos de Dios. Pero sus nidos pesan cientos de kilos y en algunas ciudades, como es el caso de
Calatayud, se ha decidido sacarlas de su hábitat y no darles cuartelillo en las
torres de las iglesias, como es el caso de San Pedro de los Francos o de la
colegiata de Santa María. Pero los bilbilitanos, que son hospitalarios y
respetuosos con el medio ambiente y con todo aquel que llega desde los pueblos
aledaños para realizar compras, dar un paseo, o sentarse junto a la estatua de
Pascual Marquina hasta que abra sus puertas la confitería Micheto, que elabora
los mejores milhojas de España, los bilbilitanos, digo, han decidido instalar
cuatro nidos artificiales en la ribera del Jalón, en el paraje conocido como “Las
callejillas”, para que las cigüeñas no se marchen para instalarse en la vieja
chimenea de la Azucarera
de Terrer, por donde ya no sale humo; o sobre la espadaña de una ermita cercana
a un pueblo en el que ya no nacen niños que vienen de París. Cuando desaparece
un habitáculo desaparece también lo que había dentro. El día en el que
desapareció “El Pavón”, con su olor a tabaco y a café recién hecho, también se
desvanecieron el rutilante camarero Mingote y El Chava, limpiabotas de postín.
Hay cosas para las que no tengo respuesta, porque cualquier respuesta me
parecería una simpleza. Decía Borges: “Si supiera qué ha sido de aquel sueño
que he soñado, o que sueño haber soñado, sabría todas las cosas”. Lo importante
es que las cigüeñas se queden en Calatayud y puedan sobrevolar esas nubes
diáfanas de sueños idealizados sobre el macilento cerro de Bámbola.
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