A Frúctulo Faramiñás se le
ocurrió decir una tarde en el casino: “Lo peor está por llegar” y los allí
presentes tocaron madera. El boticario, que estaba situado enfrente y era su
compañero de mesa en el juego de rabino, le miró por encima de sus gafas “amor”
pero de inmediato hizo un cruce con las pupilas y éstas volvieron a situarse
sobre su abanico de cartas. El cura, sentado a su derecha, tampoco dio gran importancia a la frase de Frúctulo, que
entendió como un impulso irrefrenable de hablar por no callar; y el sargento de la Guardia Civil, a su izquierda, frunció el entrecejo y echó
mano a la pistola. Tuvo que ser el cura quien le aconsejara: “Quieto, tranquilo”,
con un suave ademán. Frúctulo Faramiñás vivía de las rentas de sus fincas
dedicadas al cultivo del aguacate. Era un gran aficionado a las emociones
fuertes y para los vecinos del pueblo sus barruntos iban a misa. Una vez
pronosticó que el sacristán era un cornudo lavativa y acertó. De hecho, su
mujer terminó por abandonarle y lo dejó plantado y con el roquete puesto mientras
éste ayudaba en un oficio de difuntos. Ella se marchó con la maleta a Barcelona
en el subexpréss acompañada de un factor de noche que llevaba sólo seis meses destinado
en la estación de F.C. Frúctulo había nacido un 18 de febrero en Guarnizo. Al
bautizarle, el sacerdote se limitó a preguntar a los padres la fecha de nacimiento
de la criatura y sin molestarse en pedir permiso a los padrinos le aplicó al
recién nacido el santo del día. Los padres llevaban idea de haberle puesto
Ireneo, pero no se atrevieron a enmendarle la plana a aquel clérigo que siempre
parecía tener las ideas claras, que estaba en posesión de la medalla de
Sufrimientos por la Patria
y que acostumbraba a hacer su voluntad
desde que fuera secretario personal del obispo de Santander, monseñor José
Eguino Trecu. Por el pueblo enseguida se corrió la voz de que lo peor estaba
por llegar, pero no se sabía qué. Y durante los días siguientes, aunque
resignados ante la fatalidad inevitable, todos permanecieron con el desasosiego
arañándoles las entrañas.
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